Los viernes tienen algo. Sin base científica alguna, tengo la sensación de que la nevera, el termo, la lavadora, siempre se estropean en viernes, con el fastidio de que el técnico, salvo pago de complemento adicional o de nivel máximo de urgencia, no va a poder personarse en nuestro domicilio, a modo de superhéroe manitas destornillador en mano, hasta el lunes, si la cosa va bien. El destino, que es puñetero.
Ayer, viernes, la dirección del CPSa Graduada dio la voz de alarma ante el desprendimiento de placas del techo en las aulas que usa de forma temporal en el novísimo CPMaria Lluisa Serra. Govern y ayuntamiento reaccionaron. No era el primer aviso, pero sí el primero después de que una niña resultara herida, por lo que no se dejará pasar el fin de semana. Reacción tardía, imprudente, sin duda.
Yayer viernes, precisamente, el equipo de gobierno municipal de Maó anunciaba que no aplicará las inspecciones técnicas a edificios de más de cincuenta años. Bien hecho, porque ahora resulta que los que dan problemas no son los edificios viejos sino los nuevos. El destino es así, puñetero. Mientras el vetusto edificio del CPSa Graduada requiere el entusiasta esfuerzo de una cuadrilla de albañiles para reducir a escombros una parte de sus estructura, el nuevo colegio que en un principio le tenía que sustituir, inaugurado cuando el menor de sus alumnos ya había nacido, se cae como el cielo en la peor pesadilla de Obelix.
Las inspecciones tampoco hubieran sido preceptivas para el IES Pasqual Calbó i Caldés, donde tienen un colador por techo y aulas con mobiliario minimalista hasta el extremo. Bauzá decía esta semana que el TILson solo dos horas a la semana, pero no negará que estos otros grandes desastres educativos persisten toda la semana, y a jornada completa. El destino, qué puñetero es.
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