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El de la incompetencia es un tema que por su propia estructura multifactorial resulta difícilmente abarcable, pero sobre el que me atreveré a formular osadamente alguna que otra consideración parcial.

El incompetente ha de buscarse las habichuelas como cada hijo de vecino. Esto no se lo debemos reprochar. Faltaría más; tiene tanto derecho como cualquier otro, si bien no deja de ser cierto que sería bastante deseable que su actividad quedase confinada dentro de un espacio estanco donde los daños que sin duda producirá a la comunidad quedaran limitados.

Tradicionalmente, el incompetente ha usado, para no morir de inanición, dos mecanismos que en algunos casos le han ayudado incluso a hacerse con una posición envidiable entre sus iguales. Los dos caminos principales que llevan a la supervivencia del obtuso se resumen en la estrategia del calamar y en la del iluminado.

Vía del calamar.- Desde luego, cuando lo suyo no es precisamente realizar bien su cometido, una de las fórmulas que convienen a su sostenibilidad alimenticia es permanecer en el anonimato. Con el tiempo, ayudará un poquito de tinta de calamar que haga un pelín opaca su función y sobre todo sus resultados. Algunas amistades estratégicamente situadas y una dosis bien medida de publicidad engañosa harán el resto.

Vía de la iluminación.- Si una persona incompetente pretende no ya comer caliente cada día, sino hacerlo a base de langosta y trufa mientras acumula un patrimonio razonable, le conviene formar parte de un grupo (incluso liderarlo si es necesario) que abandere la resistencia bajo cualquiera de las múltiples recetas que se han acuñado para conducir al rebaño a lugares de culto.

¿Cuántos incompetentes tenemos al mando de la nave? Es muy difícil dar respuesta a esta espinosa cuestión, más que nada porque ignoramos el volumen del staff que anda involucrado en las infinitas cagadas que aparecen a diario ante nuestros sentidos. Si hablamos a nivel nacional, la cifra debe ser sin duda googlesca; si nos limitamos a Menorca y sus circunstancias, encontraremos ejemplos claros de lo que intento expresar en muy distintos sectores de lo acontecido y (posiblemente) de lo por acontecer, pero uno de los ámbitos donde aflora la incompetencia con mayor demostración de talento creativo es en el asunto de centrar el morlaco turístico; ¿Quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos, qué queremos ser, etcétera? Esta perdiz en concreto no admite físicamente ser más mareada.

La Fundación Destí acaba de comprometer uno coma cinco kilos en promoción. No parece mala idea, pero ¿cuánto costaría, por ejemplo, promocionar Menorca contratando a, digamos, el propietario de "Virgin" para que hiciera publicidad de la Isla, siendo el tipo bastante millonetis, y por ende suponiéndosele un gran caché? La cifra es incognoscible. Ahora bien, esta promoción hubiera podido salir gratis. En vez de eso su antigua casa (Venecia) se hunde. Si usted dispone de un pequeño llaüt de recreo, cosa improbable porque otra serie de actuaciones incompetentes o en todo caso desgraciadas han expulsado dicha figura de nuestras aguas, y se pasa por la casita sobre el mar de la que hablo, descubrirá que alguien ha actuado con incompetencia en este asunto. El susodicho Branson andará por ahí echando pestes de la Isla, y con razón, pues su expulsión, no sirviendo a ningún objetivo positivo, ha producido ruina en el patrimonio. Estas dos circunstancias juntas caracterizan perfectamente los hechos incluibles en el capítulo dedicado a la sandez. Esta y otras paradigmáticas preformances del género no tienen padrino al parecer: ha funcionado bien el mecanismo del calamar.

Bajo el amparo de la fórmula alternativa (iluminismo militante), los impulsos a la economía insular protagonizados, por ejemplo, por Tuni Allés y sus socios se centraron en espantar con saña a quien quiera que tratara de acercar a la Isla algún producto de calidad. Actividad ésta que además de iconoclasta, iba teñida de un barniz rojete de pacotilla que pretendía alimentar la especie de que se defendía a Menorca de una nueva invasión de los bárbaros, esta vez armados de oro.

Desgraciadamente, estas dudosas prácticas no solo han sumido a Menorca en la semiruina observable hoy, sino que han allanado el camino para que una reacción de rebote ponga en peligro a la Isla precisamente por aplicar la medicina contraria. Los nuevos responsables pueden caer en la tentación de, amparándose en la incompetencia pasada, promover la matanza de la gallina, esta vez no por inanición, sino por exceso de cebo. Foie de Menorca.

Hago desde aquí un llamamiento a quienes piensan que la gallina puede ser liberada de los ortodoxos y a la vez preservada de los asfaltadores y alicatadores compulsivos. El sentido común (y su colega, el sentido del bien común), la búsqueda de la excelencia, la preservación de lo bello y la reconstrucción y reutilización del patrimonio yacente parecen una alternativa nada desdeñable.