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Mientras en los despachos se dirime quien ostenta ante la ley las tareas de promoción turística, mientras se repiten centenares de veces las mismas recetas para diversificar y aumentar la clientela, mientras se recorre con el dedo el mapamundi en busca de posibles manantiales de visitantes, la calle ofrece un panorama que contradice, aunque más con detalles que de forma generalizada, todo este esfuerzo. El viernes por la mañana, la llegada de una ciudad flotante convirtió el centro de Maó en una especie de verbena turística, con visitantes de distintas nacionalidades y edades intentando disfrutar, con la premura propia de este tipo de viajes, de las perlas del lugar, al mismo tiempo que hacer acopio de bienes autóctonos. Pero además de con las bellezas arquitectónicas locales y los quesos, los cruceristas se encontraron con que en la Plaza Colón convivían, a las once de la mañana, hasta cinco vehículos de grandes dimensiones, intentando llevar a cabo la labor profesional que tenían encomendada al mismo tiempo que evitaban que el crucero en cuestión se marchara con menos pasajeros de los que llegaron. La actividad comercial, pese al calorcillo y la fecha, continúa aún desperezándose tras la hibernación. Y la primavera ha conllevado que además de las rosas hayan florecido en pleno centro de Maó una serie de obras, quizá no demasiadas, pero sí más de las que se podían contar durante buena parte de los días de invierno. Razones habrá de colocar ahora el andamio, y no en febrero, por ejemplo. Mientras continúan los debates teóricos y políticos, la realidad no responde. Cada crucerista es un agente promocional si queda encantado, y puede ser un agente letal si opta por rememorar al vecino los detalles con menos encanto. Hay mucho por mejorar fuera del despacho y la sala de conferencias.