TW
0

En tiempos de opulencia, la sucesión de gobiernos a distintos niveles con una cantidad desproporcionada de cargos asalariados y dinero para dilapidar a manos llenas hizo que proliferaran las ñoñas campañas de tutela paternalista de los ciudadanos. La administración pública se convirtió entonces en una especie de abuela sabionda que nos indicaba constantemente qué debíamos comer, cómo debíamos circular por la calle, cómo teníamos que educar a nuestros hijos, cuándo se tenían que lavar los dientes, entre otras cosas. Abundaron folletos, conferencias, talleres y expertos de mensaje reiterado que vieron en esta "dèria" de la administración pública una mina. Con el imperio de la austeridad la cosa se relajó. Ya no hay dípticos ni cuentos moralizantes en las escuelas, pero el deseo de tratarnos como a niños persiste. Cada vez que se intuye viento nos avisan de que cerremos bien las ventanas. Ayer mismo el Govern presentó un vídeo sobre como debemos comportarnos en la piscina para evitar que el domingo en el chalé del colega acabe en susto o desgracia, incluyendo el número uno de los consejos acuáticos: no bañarse inmediatamente después de una comida imperial. El error reside en la exageración, en llegar a caer en la obviedad, en el absurdo, tratando a personas adultas como si fueran niños de párvulos. Por ejemplo, no hay nada que objetar al hecho de que distintas administraciones y profesionales unan sus esfuerzos para promover el hábito de andar entre la ciudadanía, pero parece algo exagerado y prescindible que a los beneficiarios de estas iniciativas se les tengan que diseñar rutas para que pongan un pie delante de otro, con indicativos para que no se pierdan. Oigan, en Maó la ruta del colesterol se inventó sola, sin ninguna administración empujando. Hay cosas con las que nos apañamos bien solos, gracias.