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La historia y el presente nos hablan de situaciones complicadas, de conflictos diplomáticos, de quiebras, de manifestaciones, de relaciones rotas, de gobiernos que van y vienen, de indignación con el que manda, de mandatarios con la mano larga, de sistemas estropeados o caducos, de elefantes abatidos, de jueces juzgados. Todas ellas son situaciones críticas, complejas, pero que van y vienen, que empiezan y acaban, que evolucionan, nacen, crecen y, en algunos casos, mueren. Pero hay otras situaciones complicadas, dramáticas, que se resisten a fallecer, que se han pegado como una lapa a la humanidad en su devenir por los decenios, incluso por los siglos, sin que muestren síntomas de tener sus días contados. La estadística sobre violencia de género presentada el viernes muestra una crisis permanente, un dolor que no se acaba, llantos que no cesan, sufrimiento perenne basado en algo tan injusto y cruel como incomprensible. El periodismo, mea culpa, tiende a hablar siempre de cifras. Bajan, suben, se mantienen los casos. Pero aquí el drama no es el porcentaje arriba o abajo, sino cada una de las unidades de esta maldita estadística. El drama no son solo los 125 casos denunciados en la Isla el año pasado, el drama es cada uno de estos casos, cada una de estas mujeres que han tenido la mala suerte de ir a compartir sus vidas con un cafre con mayúsculas. Y el drama es que nos hayamos acostumbrado a que esto exista sin alarmarnos.