TW
0

No hace falta viajar muy lejos para darse cuenta de lo mucho que cambian las costumbres. En general, cuanto más lejos nos vamos, más diferente nos resulta la manera de ser de las personas. Visitar otras regiones ayuda a abrir la mente, a descubrir nuevos horizontes, a pensar que no estamos solos en este mundo y que el egocentrismo no nos lleva a ningún sitio. Nos enriquece en numerosos aspectos e, incluso, nos lleva a reflexionar y ver cuán diminutas pueden llegar a ser ciertas cuestiones que tanto preocupan en nuestro lugar de nacimiento o residencia. Conozco a una persona que acaba de llegar de Nueva York. Me contaba cuánto le había impresionado la multiculturalidad que posee la ciudad y la naturalidad con la que se vive este hecho. Decía que casi no hacía falta hablar inglés ya que prácticamente todo el mundo hablaba español o lo estaba aprendiendo. Varias personas llegaron a decirle que era uno de los idiomas imprescindibles hoy en día y que quienes la controlaban correctamente tenían mucha suerte. Curiosamente, mi amiga leía esos días las noticias menorquinas vía internet sobre lazos reivindicativos en las escuelas, catalán arriba o catalán abajo, pensando en lo aburrido que resulta tener que seguir leyendo acerca de los mismos conflictos. Parece increíble que dos idiomas no sepan convivir en armonía en una isla de cincuenta kilómetros, sin imposiciones ni de uno ni de otro. Cuando una persona es capaz de ver más allá, se da cuenta de que todo esto resulta insignificante.