Hoy… ante la ausencia de personas muy queridas, vienen a mi memoria las fiestas de mi infancia, la Navidad esperando la llegada del niño Jesús y la tradicional misa de Nochebuena, luego… esperar las compras de fines de diciembre, … ¡a soñar con la llegada de los Reyes Magos!
Antes había que haber escrito una carta a sus Majestades para pedir el juguete de mi ilusión y los de mi hermana. La escritura de la carta era más o menos el comentar que habíamos sido buenas durante el año, que hacíamos caso a nuestros padres etc., etc., eran letras llenas de amor, cariño y mucha felicidad.
Recuerdo mis listas y, sabiendo que mis padres no podrían comprarlos, sólo quedaba la ilusión de pensar que los mágicos reyes podrían cumplir ese deseo.
La tarde del día 5 era de preparativos: dejar en un lugar visible el agua y la comida para los cansados viajeros, tener el zapato bien limpio y brillante; dormir más temprano. Aquellas noches del 5 de enero de cada año de las que jamás podré olvidar nos acostábamos bastante temprano para esperar a la mañana siguiente y poder descubrir aquellos regalos que nos pudieran haber traído Melchor, Gaspar y Baltasar. Quiero recordar lo que nos costaba quedarnos dormidas por lo larga que se nos hacía esa mágica noche de Reyes Magos.
Al llegar la mañana despertábamos llenas de ilusión y corriendo nos dirigíamos al lugar donde habíamos dejado las zapatillas, creyendo que de forma milagrosa estaban nuestros solicitados juguetes; muchísimas veces quedábamos traumatizadas al comprobar que nuestra fantasía e ilusión quedaba en una respuesta falsa al observar que en ninguna de nuestras zapatillas estaba lo solicitado en nuestras cartas… ¡de verdad qué tristeza quedaba en el interior de aquellas mentes infantiles!
Ante los reclamos que le hacia a mis padres, llegaban las explicaciones más creativas de por qué no estaba la muñeca que caminaba o la anhelada bicicleta y al escucharlos pensaba: ¿Por qué no pudieron cumplir con mis sueños si son magos? o ¿cómo podían hablar con mis padres? Seguramente sucedía mientras ellos alimentaban a los camellos o tomaban el agua para poder seguir viaje.
Después en la familia que formé siempre se comentó lo difícil que era el tener sin juguetes nuevos a los niños durante sus vacaciones escolares y una vez se tenían solamente quedaban dos días para jugar. En un par de veces mientras duró la infancia de mis hijos estuvimos viviendo en los EE.UU. y comentábamos lo práctico que era que los niños americanos recibieran sus juguetes en Navidad; pero la continuación de nuestras tradiciones fue superior al deseo práctico de cambiar la fecha.
En mi rebobinar de recuerdos viene a mi memoria un año cuya decisión en escoger los juguetes podía considerarse trágica. Era un día de frío (siempre hacía frío y mal tiempo cuando se iba a la cuesta de "ses Voltes" a contemplar la llegada de los Reyes Magos) y aquel 6 de enero era lluvioso por lo que durante todo el día estuvieron los niños jugando dentro de la casa sin poder salir. Resultó que la bici que habían dejado para uno, era lo que en realidad le gustaba a otro que le habían dejado otra cosa; había un juguete que funcionaba con pilas y sus majestades, no previsoras, se habían olvidado de dejarlas. Entonces no existía la solución de la compra en las gasolineras pues solamente vendían en sus tiendas artículos que tuvieran que ver con los coches, por lo que aquel juguete debió ser aparcado hasta la mañana siguiente y sólo quedaría un día para jugar pues el 8 empezaba el colegio; las peleas entre ellos se hizo insoportable hasta que la paz llegó cuando el padre hizo de unos listones y unas puntas, unas espadas manuales que fueron la delicia de sus juegos. ¡Qué fácil había sido, cuando había costado tanto esfuerzo y quebradero de cabeza la inversión en los regalos!
Ahora, los años han pasado y la entrega de juguetes y regalos se hace también para Navidad por parte de ese señor gordiflón vestido de rojo por imperativo en su día de la anunciadora Coca-Cola sin que haya podido descabalgar del todo a los Reyes que en nuestra imaginación montan en camellos (¿dónde hay camellos en Europa?). Lo que en nuestro deseo de padres recién llegados del Paso y de Alabama de que los niños tuvieran sus juguetes para jugar durante las vacaciones de Navidad, hoy se ha convertido en una duplicidad de gasto y consumo que con toda seguridad ante la necesidad de enderezar nuestro rumbo ante la crisis, hará que los niños y mayores españoles tengamos que decidir entre las dos fechas para recibir regalos, aunque a todos nos guste recibirlos cuantas más veces mejor y sin olvidar la solución de las espadas hechas manualmente por su padre para unos de mis hijos. Lo que seguro que se mantendrá y hay que poner todo el empeño en ello es la cara de ilusión y grandes ojos abiertos al decirle a un niño al paso de la cabalgata: "Mira entre los paquetes de juguetes que hay en el camión del Rey Baltasar. hay uno que lleva rotulado en letra grandes:… Irene".
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