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Voy primero directamente a la anécdota. Entenderán muy pronto el motivo. El sondeo realizado para TVE en la jornada electoral del 20-N indica que el PP obtendría entre 181 y 185 diputados y el PSOE, si no me falla la memoria, entre 115 y 119. La noche, como ustedes recordarán, confirmaría que tal sondeo fue el que más se aproximó a la realidad de los resultados. Como se tardaría no obstante cierto tiempo en disponer de los primeros datos sobre el escrutinio, abandono la televisión estatal y conecto con la autonómica balear. En la mesa de análisis (¡?) aparecen dos veteranos compañeros con quienes hace muchos años trabajé en "Diario de Mallorca": José Jaume y Javier Mato. Aunque se cuenta solo con el resultado del mencionado sondeo, y ante la mirada más bien escéptica de Mato, Jaume se lanza –siempre ha sido muy lanzado, le conozco bien– y afirma que será muy importante que el PSOE coseche un buen resultado que le permita ejercer una sólida oposición a la acción de gobierno del PP porque, añade, en caso contrario Rajoy deberá enfrentarse a la oposición social de la calle. Oído lo cual, dejo IB3 y regreso a TVE. Fin de la anécdota.

La victoria del PP estaba pronosticada por todas las encuestas electorales. El alcance de la mayoría absoluta conseguida finalmente por los conservadores, con 186 congresistas, no deparó sorpresa alguna. La gran sorpresa radicó en el impresionante batacazo del PSOE al perder 59 escaños y cuatro millones y medio de votos. La crisis se muestra implacable y no para de cobrarse víctimas en los gobiernos europeos.

No hay que sacar conclusiones precipitadas de las urnas de noviembre. Porque no han sido los espectaculares resultados del PP los que han hundido al PSOE. No. En realidad, el PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero y Alfredo Pérez Rubalcaba se ha visto aplastado y castigado por buena parte de sus propios votantes, por la indignación de un voto deliberadamente abstencionista, por la decepción de un cuantioso voto socialdemócrata que ha preferido quedarse en casa o bien desviar su aportación electoral hacia la Izquierda Unida de Cayo Lara y Gaspar Llamazares o la Unión Progreso y Democracia (UPD) de Rosa Díez.

Los comicios legislativos del pasado domingo han demostrado que el PP posee una enorme capacidad de movilización y que su electorado es muy fiel y disciplinado. Ya pudo comprobarse en las elecciones municipales y autonómicas de mayo y ahora se ha visto plenamente ratificado. Todo lo contrario ha sucedido en las filas socialistas. El PSOE ha sido incapaz de movilizar a gran parte de su militancia y a muchos miles de simpatizantes que normalmente le confiaban sus votos. La infidelidad o la indisciplina ha sido otro factor de desconfianza que ha perjudicado de modo definitivo al partido en las urnas. Es cierto que la crisis y el desempleo han desempeñado un papel muy negativo en las elecciones del 22-M y 20-N. No obstante, y de cara a futuras convocatorias, el PSOE y el conjunto de la izquierda debieran tomar buena nota de la gran lección impartida por la derecha.

Al verse respaldado con una amplia mayoría absoluta, en cuya consecución por cierto ha sido muy significativo el vuelco registrado en Andalucía, no parece que a Mariano Rajoy vaya a preocuparle en exceso la actitud que pueda adoptar la oposición parlamentaria, al menos durante los primeros meses de legislatura. Y no será motivo de especial inquietud por cuanto el PSOE ha quedado tremendamente debilitado, lo que le obligará a centrarse en su congreso ordinario de febrero próximo para ultimar las tareas de profunda renovación del proyecto socialista y proceder a la elección de un nuevo líder tras la amarga salida de Rodríguez Zapatero.

Mariano Rajoy posee todo el poder y tiene plena libertad para ejecutar su programa político. Por de pronto, el PP de Catalunya ha aplaudido los nuevos recortes anunciados por el presidente de la Generalitat. Como la lucha contra el paro es uno de los objetivos prioritarios del PP, Rajoy no tardará en poner sobre la mesa un nuevo marco regulador del mercado de trabajo y la negociación colectiva. Para ello contará sin duda con una mejor sintonía con las organizaciones empresariales. Las centrales sindicales, en cambio, es probable que presenten batalla en la calle para que no haya retrocesos en el capítulo de derechos laborales. El problema sin embargo es que los sindicatos se hallan hoy día muy desprestigiados entre la propia clase trabajadora y carecen de la fuerza de movilización que exhibieron en épocas pasadas, justamente por su descafeinada lucha en una crisis que carga ya con casi cinco millones de desempleados. A la postre, y dado que "las urnas han hablado", tal como le recordaba días atrás José Ramón Bauzá a Francina Armengol, es previsible que se mantenga la mayoritaria resignación social y se acate la batería de recortes y sacrificios que desplegará el gobierno del PP.

Por otra parte, Mariano Rajoy se verá obligado a poner su gobierno a las órdenes de Angela Merkel y de los mercados para salir de la crisis global y europea. A las órdenes de Merkel porque la economía alemana faculta a la canciller para ejercer de hecho como primera autoridad de la Unión Europea. Y a las órdenes de los mercados porque son estos los que influyen poderosamente en el ritmo de altibajos que se registran en las primas de riesgo de las deudas y en las bolsas. Porque los mercados siguen siendo los auténticos reyes del mambo financiero pese a los numerosos alegatos que propugnan una regulación de aquellos muy estricta, al tiempo que se demanda fortalecer de una vez por todas la integración política de Europa.

Rajoy ha reafirmado su compromiso de cumplir ante la UE con la severa reducción del déficit público y no demorará por tanto la ejecución de su listado de reformas. Atrás queda el tiempo de las ambigüedades, del que tanto abusó el presidente del PP. Es la hora de las concreciones. En la sesión de investidura presidencial Rajoy deberá precisar con total claridad sus medidas para reducir el gasto público, en qué partidas presupuestarias hará uso de las tijeras del recorte o la eliminación; tendrá que explicar sus planes para crear empleo; y detallar asimismo qué vías específicas pretende impulsar para hacer efectiva la reactivación de la economía española. ¿Frenará las grandes inversiones públicas? ¿Qué sectores se verán implicados en los procesos de privatización? ¿Se atreverá a la hora de la verdad a bajar determinados impuestos o dará marcha atrás? La lista de interrogantes podría ser obviamente más extensa, pero habrá que aguardar a la sesión parlamentaria de investidura para conocer unas primeras respuestas presidenciales.

Y permítanme los lectores un último apunte en clave local. Quizá sea contraproducente suscitar demasiadas expectativas para Menorca en la nueva etapa política que se inaugurará oficialmente en las próximas semanas. Considero que el diputado electo socialista Guillem García Gasulla se acostumbrará sin problema alguno a pulsar automáticamente el botón del no. En cuanto a los parlamentarios conservadores Juan Carlos Grau y Juana Francis Pons, por mucho que pulsen el botón del sí no creo que consigan arañar en Madrid unos compromisos políticos serios para que Menorca pueda contar algún día de algún año con un transporte aéreo digno. Perdonen ustedes mi escepticismo.