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Mucho antes del debate, Rubalcaba ya sabía que no sería entre iguales. Era y es consciente de su clara desventaja, del papel que le tocará tras las elecciones y lo dejó muy claro el lunes: oponiéndose y criticando. Y es que no ha habido, desde las segundas elecciones que ganó el PP, una victoria tan rotundamente clara, una decantación tan evidente hacia uno de los dos mayoritarios partidos entre los votantes. Una victoria por todos conocida desde mucho antes que la fecha en la que se iba a llevar a cabo.

No, esto no son unas elecciones puramente dichas, sino más bien un traspaso de testigo, un relevo de gobierno. Y todo lo que se decidirá con los votos son las condiciones, los márgenes de maniobra, la capacidad de independencia que tendrá Rajoy, sólo eso, aunque no es poca cosa. Para Rubalcaba, al menos, es lo único a lo que agarrarse, su única lucha o aspiración es minimizar la derrota y ver cuánto consigue no perder. Y a eso fue el lunes al debate, con esa idea o bajo esa perspectiva, rendido ante la evidencia pero luchando contra el desánimo. Intentó doblegar a un rocoso adversario señalando, y tal vez abriendo alguna grieta, la premeditada ambigüedad del programa electoral del PP.

Pero Rajoy ni se inmutó. El también sabía que el debate no iba a ser de tú a tú. Era y es conocedor de su clara ventaja, del papel que ejercerá tras las elecciones y lo dejó meridianamente claro el lunes en el debate. Rajoy se sabe presidente, se siente presidente y habló como un presidente: sin aclarar absolutamente nada. Rajoy estuvo ensayando su inmunidad ante el discurso de la oposición y nada le desvió de su guión, lo siguió a rajatabla, palabra por palabra sin apartar la mirada de los papeles, interpretando el suyo.

Tras el debate llegaron las portadas con las primeras encuestas de quién había salido vencedor y quién vencido. Unas diciendo que Rajoy claramente, otras lo mismo pero que por poco, algunos que Rubalcaba pero con estrecho margen y otras que Rubalcaba por bastante. Pero la realidad es que no pudo ganar ninguno porque no hubo debate. Alfredo Pérez Rubalcaba fue a otra cosa y Mariano Rajoy bien podría no haber ido.

No hubo argumentación ni contra argumentación, no se contrastaron las ideas, ni los proyectos, no se detallaron soluciones, ni medidas, todo se hizo con titulares, sin noticia. Y sobre todo desoyendo al otro. Fue una mera exposición de opiniones confrontadas sin intención alguna de demostrar cuál de las dos era la más acertada. Si en un debate no se juega la razón a las palabras no hay manera de ganarlo ni de perderlo. Se podrá ganar o perder imagen, apoyo, votos, pero el debate, la disputa de la razón, se queda fuera del alcance.