Tenía que llegar. La marea azul, con una cosecha fructífera de mayorías absolutas, no se iba a quedar de brazos cruzados en el tema de la lengua. Ni el drama del paro ni la delicada salud del Estado del Bienestar iban a frenar la tentación de tocar la fibra, de contentar a determinados sectores del PP que piden sangre en todo lo identitario. Los consellers no habían acabado de instalarse en sus nuevos despachos y ya habían anunciado que se cargarían el actual sistema educativo balear, dando al castellano el carácter de lengua vehicular opcional, sin más detalles sobre cómo se afrontará algo tan complejo. La demanda no está en la calle ni en las aulas. Es un conflicto más político y mediático que social. Ahora, la sentencia sobre el sistema catalán ha vuelto a poner los dientes largos a los que, digan lo que digan, prefieren ver muy arrinconada la lengua autóctona balear. A los que no vemos así las cosas, la cuestión ya nos cansa. Cansa muchísimo tener que ir defendiendo siempre las mismas cosas frente al martillo pilón de los que con la bandera de la libertad en una mano y la Constitución en la otra pisotean el catalán, lo desmenuzan en variantes locales que, aquí sí, hay que defender y tiran de cinismo salvaje para decir que el aprendizaje del castellano corre peligro. Y encima en Maó reaparece el asunto del topónimo, con la festiva, sibilina y nada inocente sustitución de las banderitas de colores por el escudo de la "h". ¡Qué aburrimiento!
El apunte
Aburrimiento lingüístico
10/09/11 0:00
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