A Marta Domínguez la han exculpado de ciertos cargos –no todos- pero no es eso de lo que quiero hablar. Es más no me interesa la parte procesal del asunto, máxime cuando además de las propiamente judiciales, existen otras connotaciones –políticas incluso-.
Además me gustaría comparar a Marta con Carmen Posadas en cuanto a actitud frente al deporte. Mientras la primera se encuentra absolutamente inmersa en la competición deportiva, la Posadas escribe cosas como esta:
"Lo confieso sin ambages: me aburre eljogging, aborrezco el spinning, me postran el pilates y las pesas. En resumidas cuentas, detesto todas esas rutinas agotadoras que realizamos para cumplir con elmens sana in corpore...en ustedes ya saben qué. Lo más curioso del caso es que yo fui muy deportista de niña e incluso gané alguna medallita en atletismo y estuve en un equipo dejockey. Sin embargo, ahora el único ejercicio que hago, refunfuñando, es una tablita de gimnasia de quince minutos (todos los días, eso sí), un poco de baile y paseos por el Retiro." (El Semanal 3/7)
Un poco de baile y paseos por el Retiro.....
Ya.
Me pregunto que hará para conservar ese cuerpo serrano que "luse" a su edad, que aunque no provecta, no es tampoco juvenil. Debe ser que los que tienen posibles solo comen marisco. Del bueno, que no engorda.
Pero no es de la Posadas de quien quiero hablar. Me gusta intelectual y físicamente, tanto, como gozo contemplando esa zancada de gacela de Marta, pero aparcaré metafóricamente el recuerdo de la belleza (aparentemente) serena y equilibrada de la primera en su casa cercana a los Jardines del Buen Retiro, porque de quien quiero hablar es de la segunda, o mejor, de lo que yo llamo "Momento Marta".
De Marta, descartados ya desde el principio los temas sub judice, tampoco voy a comentar sus logros como profesional del deporte. Por otra parte la atleta palentina es desde luego una ganadora y bien está. Sin embargo hay un momento en las competiciones en las que participa –y gana- que me resulta más interesante aún que el éxito mismo. Son esos diez segundos anteriores a alcanzar la meta -y con ella el triunfo desde luego-. Es ese punto en que, escuchando el lenguaje de tu cuerpo que te dice que puedes. Imprimes a tus piernas entonces una aceleración, comienzas a flotar y experimentas una voluptuosidad cercana al orgasmo. Vale la pena contemplar la cara de Marta en esos escasos segundos anteriores a saborear el laurel del triunfo. Luego, cortada la cinta, llega la catarsis, pero eso es otra cosa; es lo de siempre.
En mis experiencias en el Maratón de Madrid como corredor de fondo (siempre he sido un corredor de fondo, la velocidad es para otros) he sentido lo que Marta, (no como ganador por supuesto). Simplemente llegas cerca de la meta, aparentemente agotado por el esfuerzo casi sobrehumano que supone recorrer 42 kilómetros y de repente, con la euforia de la llegada que se adivina inmediata, te sube la adrenalina, aprietas el paso y... flotas, flotas, flotas, descubriendo con sorpresa placentera que tu cuerpo responde. Mientras, desde una ventana alta de la calle Príncipe de Vergara, como todos los años, un espontáneo, desde unos "baffles" descomunales, hace sonar la música de "Carros de Fuego" a toda pastilla.
Como diría un andaluz "pá que má".
Luego la meta, el triunfo de un corredor humilde, que es simplemente el triunfo sobre uno mismo, modesto y glorioso a la vez, y cierras los ojos musitando aquello de Forges: "lo hise lo hise".
El Maratón, competición de fondo por excelencia, es como la de la vida: o dosificas o no llegas; o controlas o te controlan –las personas y aún las cosas-.
En esta competición reina, sólo uno gana (casi siempre el keniata de turno) pero todos los que llegan a la meta tras recorrer más de 42 kilómetros triunfan.
Y es que ganar o perder, que más da. Tan legítimo es lo uno como lo otro y por citar un tópico, se aprende más de lo perdido. Lo importante es levantarse una y otra vez después de la derrota o el abandono. Ismael, un psicólogo y sin embargo amigo, me decía un día: "si te levantas a las siete de la mañana a entrenar, bajas a la calle, te desanimas, compras el periódico en el kiosko de la esquina y vuelves a subir a casa, mañana será otro día".
Uno puede hacer las cosas antes, después o no hacerlas. No pasa nada.
Pues ¡hala a correr un poquito, cada uno según sus posibilidades! y digocorrerycarrera, nofooting, jogging y demás extrañosanglicismos (que no anglicismos) venidos de allende. Porque bien está que de fuera importemos por principio lo bueno, en este caso el sano espíritu deportivo, y que lo aceptemos, incluso, de alegre y buen grado. Pero luego debemos incorporarlo a nuestro común acervo, con original impronta y propia personalidad diferenciada, rechazando la pura y simple repetición de consignas foráneas. Y no se trata aquí de enarbolar un patriotismo de campanar, sino de blandir el derecho a pensar y actuar por uno mismo. Me horroriza ser una fotocopia.
Y es que sensibilidad no nos falta. O no debería faltarnos, si en vez de mirar las barbas del vecino sacudiéramos las telarañas del recuerdo comprobaríamos que siglos y siglos de encrucijada cultural, múltiple y paradójica, dan mucho de sí. Porque antes de que los yanquees empezaran a hacer sus pinitos con zapatillas de marca porCentral Park,yanuestrosgriegos practicaban el noble deporte. Y de ellos sabemos que correr es poesía, educación de la sensibilidad, superación de taras físicas y mentales, vehículo de conocimiento, deleite del propio cuerpo y, en suma, enriquecimiento complementario de la actividad intelectual o viceversa. Y para saberlo no hace falta remitirse a frías, prosaicas y extranjeras fuentes. Bien está que el empuje inicial en la actualidad surja de fuera, alguien tenía que sacudirnos la molicie secular, cuyas causas no es lugar y momento aquí analizar, pero lo demás, el crear ámbito, sensibilidad deportiva, conciencia colectiva de participación y comunidad espontánea, donde cada cual aporte su propia consigna corporal y espiritual, debe ser cosa nuestra y efectuarse a nuestro mediterráneo modo.
Porque, ¡qué c. somos una cultura milenaria!
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