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Flechas rojas surcaron ayer, a la hora de los macarrones, el cielo del puerto de Maó en un día espléndido que hizo que los propios y los venidos de otros pueblos babearan con la bella estampa de la rada en todo su esplendor. Las cabriolas a alta velocidad de los aviones británicos encandilaron a los que desafiaron el sol y la rutina horaria. En Maó, no obstante, tenemos flechas multicolor desde hace tiempo, y en concreto en el centro de la ciudad. A pesar de la presunta pacificación del tráfico emprendida con las obras recientes, los coches no se achatan. Un ejemplo es el nuevo tramo comprendido entre Plaça del Príncep y Costa de ses Voltes. La calle presenta un aspecto magnífico, abierto, diáfano, atractivo, más propio de una ciudad turística que no aquellas aceras intransitables, aptas para ir solo en pareja. Desde la Plaça del Carme se tiene una vista magnífica del acceso al puerto, con Santa María, imperial. No obstante, el tráfico no se ha pacificado como se pretendía. Los coches, como ocurre también en zonas del centro de Maó con pretensiones similares, siguen campando a sus anchas a velocidades exageradas, muy superiores a las marcadas en teoría. La nula separación física y visual entre calzada y zona para peatones añade peligro a la situación. Es lo que tienen siempre las medias tintas.