Apura el cigarrillo con una calada larga y profunda. El brillo del pitillo le delata en un tramo de vía oscuro y olvidado. Enciende otro. Y otro más. Hace tiempo que venció al cáncer o cualquier enfermedad similar. Y si no lo hizo le da igual, "que venga", piensa, "la esperaré de pie y con los brazos abiertos". El pulso ya no le aguanta la batalla, tirita como un niño desprotegido y sus manos han perdido el color vivo que alguna vez tuvieron dejando paso a un amarillo repugnante, mezcla de tabaco, alcohol y heridas que no se curan con el tiempo. No sabe si tiene cuarenta y muchos o cincuenta y pocos. A estas alturas le da igual. Vive cada día como si fuera miércoles porque ni el martes, ni el jueves ni todos los demás le devolverán la ilusión por la vida.
Asseguts a sa vorera
Morir sin estar muerto
16/04/11 0:00
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