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Como fin de fiesta de la pueril y en ocasiones ridícula vorágine de inauguraciones, visitas, anuncios y presentaciones que se ha amontonado durante el mes que ya languidece, hoy está en la Isla la ministra de Sanidad, Leire Pajín, para darnos permiso, a nosotros y a los turistas, para visitar, en horarios a convenir y sin molestar demasiado, el Lazareto, precioso enclave del puerto de Maó, en la actualidad coto privado de vacaciones low cost para funcionarios. La medida se debe aplaudir de oficio, porque supone avanzar en una cuestión que hasta ahora se ha mantenido enquistada en el "llame usted mañana" tan típico de Madrid. No obstante, ni se asoma a la consecución de la verdadera reivindicación que respira el pueblo llano menorquín, que no es otra que la reversión del islote para usos más provechosos y beneficiosos, o al menos más provechosos y beneficiosos para más gente. Como mal menor nos dejan ir a verlo, con el inri añadido de que aquellos que decidamos visitar el Lazareto nos vamos a encontrar a los funcionarios echados en la tumbona, poniéndonos los dientes largos por la conservación intacta de sus baratos privilegios, como un elemento más del islote, de su idiosincrasia y abusiva particularidad. Sólo falta que coloquen aquel cartel de "No den de comer a los funcionarios".