Los más viejos aún nos acordamos de cuando los años tenían doce meses. Era otro siglo. Ahora, a causa del invento de las tarjetas de crédito, que las descarga el diablo, cada ciclo anual consta de doce pendientes a cual más dura.
Enero es una cuesta por definición. Febrero es más corto para poder sobrevivirlo después de que nos lleguen los pagos pendientes de Navidad y Reyes. En marzo, acechan los gastos de Carnaval y las deudas atrasadas. Abril, lo dice el poeta, es el mes más cruel. Si aún tenemos algo en la cartera, podemos ir preparándonos en mayo para las facturas de la Semana Santa.
En los meses de verano mejor encerrarse, pues ya afirma el refrán que en junio, julio y agosto "ni dama ni mosto". En septiembre nos espera lo peor: vuelta al cole y al trabajo (los afortunados) y a pagar a tocateja libros, ropa, picos, palas y azadones.
Los flecos septembrinos nos rematan en octubre. Y qué decir de noviembre, si alguien ha sobrevivido para verlo. En diciembre hubo que poner paga extra porque el derroche alcanza tales extremos que sin ella, el mundo andaría despoblado.
Así andamos cuando se nos ocurre invitar a la mandamás alemana. Ella, que está un poco rellenita, nos quiere poner a un régimen de ajo y agua tal que nos vamos a enterar de lo que vale un pollo.
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