La cuestión no radica, probablemente, en que el empleo de traducción simultánea en el Senado constituya un dispendio, tanto mayor en tiempos de crisis, sino en si es el propio Senado el que lo constituye. Los dos millones de pesetas por sesión que nos cuesta el que los senadores empleen las diversas lenguas nacionales en vez de la única que se saben todos y que, en consecuencia, haría innecesaria la traducción, no son nada comparados con el dineral que cuesta esa Cámara que, en puridad, apenas sirve para nada, salvo para marear la perdiz de las leyes en su tramitación y para que los senadores vivan, la verdad, bastante bien. Es más; esto de la utilización de las distintas lenguas nacionales en las interpelaciones del Senado es, con toda seguridad, lo único que se percibe como positivo y útil de cuanto se hace en él, pues al sonar en la bóveda del Salón de Sesiones, esas lenguas ven reconocidas simbólica e institucionalmente, del todo, su extrema dignidad.
Al margen
La Babel del Senado
20/01/11 0:00
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