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Los nombres ya no sirven para nada. Las etiquetas, menos. Un partido socialista actúa como un liberal radical. Liberaliza y recorta derechos a la vecina del quinto para hacer frente a una crisis surgida del empacho de los comportamientos capitalistas: consumir por encima de lo que se puede y especular desde posiciones dominantes. La solución pasaba, decían, por refundar el sistema, pero a la práctica sólo se actúa según sus dictados. Menos estado y más poder, si cabe, para los especuladores. Las sociedades que fijan la calidad de la deuda de los países, aquellas que en su día no dijeron nada de las subprime americanas, son las que mandan. Aunque usted no llegue a fin de mes, los bancos son los que reciben las ayudas, y mientras sus dirigentes se retiran con primas multimillonarias a usted le va a tocar trabajar hasta los 67. Y esto desde un partido de izquierdas. Si lo hubiera hecho el PP los izquierdistas de la pancarta y el lenguaje artificial ya la hubieran montado gorda. Los sindicatos cantan pero con poco público. Blanco planta cara a los controladores para disfrazarse de Robin Hood, pero nadie puede olvidar que este es uno de los monstruos creados por la política del despilfarro, que además ha generado un déficit cuya eliminación es ahora prioritaria. Para el paro sólo hay lamentos. El sistema se ha colgado. La única solución es apagar y volver a encenderlo todo.