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Ahora que el Mundial de Fútbol ha puesto de moda aquello de exprimir las naranjas, a veces tengo la sensación de ser una de ellas. Lo digo por el precio que estos días he tenido que pagar por una simple botella de agua. Soltar dos euros –atención 332 pesetas de entonces– por algo tan simple y tan básico no tiene justificación alguna. De qué valen las campañas institucionales de promoción de la Isla, los anuncios cerveceros que promocionan el "paraíso" en el que vivimos, si lo que hacemos cada verano es asustar al personal que nos visita e indignar al que no tiene otro remedio que convivir con un abuso semejante.

Los precios son libres, pero el atropello del bolsillo debería tener sus límites. Todos sabemos que llegar a esta isla de vacaciones no resulta barato –las compañías aéreas y marítimas no entienden de clientes en crisis– y si el turista que nos visita ya ha hecho ese esfuerzo movido por el interés y las ganas de conocer Menorca, no es ético ni turísticamente responsable seguir exprimiendo una naranja que cualquier día nos dará, con razón, una sorpresa desagradable.