En la reciente Cumbre de los G-20 en Toronto, Canadá, compuesta por los ministros de Hacienda y gobernadores de los Bancos Centrales del G-7, otros 12 países claves, más la Unión Europea, formando las 20 economías más imponentes del planeta, no hubo ninguna sorpresa ni se consiguió nada de nuevo y sustancial en la esfera económica, lo que motivó la decepción de algunos expertos en asuntos político-económicos. Tampoco se presentaron soluciones en concreto ni novedosas para solucionar la crisis actual, y podemos decir que tales decepcionantes resultados estaban ya previstos y la Cumbre se concluyó con vagas promesas.
Lo que ha quedado claro es la división existente entre los participantes. Las naciones ricas prometieron reducir los presupuestos deficitarios, pero sin comprometerse demasiado, saliendo tocado el presidente Obama que no pudo obtener el apoyo para su nuevo programa de "crecimiento sostenible" en Europa, que según él fomentaría, sin perjudicarla, la frágil recuperación económica europea. La cancillera alemana, Ángela Merkel, optaba categóricamente para economizar y actuar con precaución porque las medidas de austeridad son la respuesta adecuada a la actual crisis deficitaria económica en Europa, mientras que los británicos no tuvieron más remedio que acompañar la cancillera alemana. En cuanto a China, su política monetaria era clara, estimular la lenta apreciación de su moneda contra el poderoso dólar, y tenemos que atenernos a la política americana de continuar con su estrategia de acumular nuevas deudas, al memos por el momento.
Los G-20 han podido mantener la unidad durante la actual crisis, pero actualmente discrepan en sus políticas, tanto en el ámbito de regulación fiscal como su salud económica. Aquí, notamos que el interés nacional es más importante que la macro economía.
La contradicción entre crecimiento y austeridad no es un nuevo concepto, sino que ha sido continuamente presente en las esferas económicas internacionales. De un lado notamos que los países ricos quieren reducir el gasto público y de paso dar prioridad a la recaudación y a los ingresos al erario público nacional con la finalidad errónea de poder superar la fuerte crisis económica global que padecemos y al mismo tiempo fomentar el crecimiento económico. Estos conceptos son literalmente opuestos y si se obtiene la consecución de los primeros objetivos, veremos que la posibilidad de alcanzar los segundos se vera seriamente afectada.
Sabemos que el gasto público es uno de los principales motores del desarrollo y crecimiento económico, pero su acción precipita la inflación presupuestaria de los Estados que no tienen más remedio que acudir al constante endeudamiento para invertir en programas de desarrollo, con el resultado negativo para la reducción del déficit fiscal. Dicho déficit, que es el resultado de la enorme diferencia entre los gastos estatales y los ingresos y recursos disponibles, deberán ser paliados con préstamos financieros.
Si queremos corregir dicho déficit tenemos a nuestra disposición dos opciones: 1: disminuir gastos y aumentar ingresos. Esta primera opción dicta una reducción del presupuesto fiscal, con el consecuente resultado de eliminar los recursos a las inversiones estatales/autonómicas, frenando las obras públicas y programas de desarrollo. 2: Cobrando más impuestos, a sabiendas de que desestimulará la actividad económica y perjudicará el crecimiento económico Sin embargo, cuando un Estado controla su déficit crea confianza en el mundo inversor y previene la ocurrencia de crisis financieras. La contradicción entre ambos objetivos no puede ser más clara: Crecimiento implica inversión y el resultado se traduce en gastos.
Con este dilema servido, los G-20 han producido acuerdos políticos que, como las promesas electorales, contienen más palabras vacías que de fondo. ¿Entonces qué ha supuesto verdaderamente dicha cumbre? Para mí, la agenda de problemas de la economía global no ha sido atendida eficazmente y las decisiones pretendidamente mundiales sobre vigilancia financiera se demoran en gran parte o se traslada su solución a los ámbitos nacionales.
Con este panorama es de esperar que la próxima cumbre en Seúl en noviembre de 2010 recibirá a los G-20 con la adecuada preparación para no defraudar otra vez las aspiraciones del mundo económico y de afrontar con verdadera resolución los problemas inherentes a la actual crisis global. Por los memos, deberán implementar todas sus promesas efectuadas en Toronto, sin palabras vacías ni vagas, pero convincentes, factibles y reales. El mundo se lo merece!
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