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Parece ser que el presidente cordobés de los catalanes, un tal José Montilla, ha llamado al desorden para combatir la sentencia que el Tribunal Constitucional de España ha dictado sobre el Estatuto de Cataluña.

Efectivamente, ese presidente catalano-cordobés ha anunciado que convocará una manifestación de protesta y rechazo para combatir un dictamen constitucional que seriamente asegura acatar. Esa indudable coherencia muestra las convicciones de este miembro del partido socialista obrero, español (por más señas), que dice sentirse también "humillado" por las decisiones que ha tomado de forma legal el Tribunal Constitucional de España. Montilla parece sufrir los síntomas de una nueva dolencia: el acatamiento humillante. A estas alturas ya no podemos discernir si considera al alto tribunal como el Tribunal Constitucional de su país (y el de sus antepasados de antes de su emigración al norte) o bien, amputadas sus facultades de raciocinio, considera a aquel Tribunal como el de un país ocupante convertido en intruso en los asuntos de su nueva Nación (A brand new Nation) todavía en el horno.

Conocidas sus evidentes limitaciones, y aceptadas y advertidas ya por todos, se ha visto forzado a refugiarse en el sarcasmo identitario, previo cobro de las dádivas centralistas –apetecible dinero ajeno– para financiar el sueño nacionalista, y para poder presentarse ante la turba como el más cremoso de todos los cremosos catalanistas.

Así pues, camuflado bajo el disfraz de un independentismo victimista e irredento más extremista que los otros, este obrero español ha convocado un bíblico rasgamiento de vestiduras colectivo para el próximo día 10 de julio. Al soplido de su corneta han acudido raudas todas las camadas de su corral para mostrar cuán patriotas pueden llegar a ser en la defensa de sus privilegios.

Mientras, el Presidente Rodríguez, responsable final del desaguisado histórico y siendo ave rapaz conocida, otea el horizonte en busca de otros posibles culpables y asiste complacido al espectáculo organizado: la ebullición de la demagogia populista en su más impúdica expresión. Ya se cargó al gallo de Maragall y ahora la polilla Montilla es "next".

El espectáculo es espléndido. Y genial. Enardecidas las masas, se olvidan de la crisis que las devuelve a los tiempos de hambruna y, anestesiadas al tiempo por el deporte, las pastorean hacia la reivindicación infinita en ansiosa busca del clímax de la solución final: alcanzar la felicidad nacionalista.

Si el Tribunal Constitucional no se pliega totalmente a sus delirios hay que encontrar la forma para doblegarlo, y buen alumno y siguiendo las enseñanzas de su tutor en la insensatez, hay que hacerlo "como sea".

Concretando: en palabras de Arcadi Espada, el Tribunal ha "impedido que Cataluña se configure como un Estado distinto. Una aspiración sobre la que sólo pueden decidir todos los españoles, es decir, el conjunto soberano, como corresponde a cualquier cesión de soberanía". Efectivamente, la pretensión de que sólo una parte de un país legalmente constituido y reglado por una Constitución aprobada de forma democrática pueda decidir por un todo, es ilegal. También, Alemany dice: "El catalanismo pretendía autoatribuirse la potestad de poder decidir quién ostenta esta legitimidad (de decidir). Pretendía derogar la Constitución y sustituir sus principios y valores por los suyos propios". Ya se lo han aclarado.

Organizar protestas contra las normas constitucionales es peligroso.

La pretensión de que un Parlamento regional pueda decidir y aprobar la segregación de un todo que es, precisamente, lo que da carácter legal a aquel poder regional sólo merece el desprecio del informado. Es un auténtico golpe de estado considerar que unas minorías ostentan la soberanía y el poder constituyente en sus personas y creer que, éstos, no están contrariamente en todos los ciudadanos españoles.

Es Rosa Díez quien repite constantemente que debemos de ser todos los españoles, como depositarios del poder constitucional final, quienes decidamos sobre las propuestas que nos puedan afectar a todos. No sólo unos pocos.