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Por mucho que ahora se hagan los ofendidos, la burocracia es un engorro. Periódicamente las administraciones anuncian mejoras para racionalizar el papeleo, para agilizar lo que no son más que trámites, pero el ciudadano sigue teniendo la percepción, y por algo será, de que cuando va a afrontar cualquier solicitud, inscripción, renovación de documentos o similar no sabe con qué pega le van a salir. Parece mentira que en un mundo informatizado, en el que te puedes gastar miles de euros con el ratón del ordenador, los distintos niveles de administración no sean capaces de compartir datos, ventanillas y procesos. Los avances llegan, pero a una velocidad exasperante. La iniciativa privada, como siempre, va por delante. Las compañías aéreas han prescindido ya de los billetes y se fían del DNI y su base de datos. Tan sencillo como esto. Claro está que las cosas no pueden hacerse a la ligera, que deben imperar unas garantías, unos filtros para evitar el fraude. Pese a ello nadie me va a negar a estas alturas lo arcaico que son las malditas fotocopias compulsadas (¿para qué sirven?) y el hecho que un padre que acaba de serlo deba pasarse los dos días siguientes al nacimiento de su retoño de ventanilla en ventanilla y con una inquietud permanente y un nudo en el estómago por si le va a faltar tal o cual impreso. Todos somos Torralbenc Vell.