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En mi familia la lectura fue una de las principales actividades. La biblioteca de mis padres, abundante y surtida como una pastelería, tenía para nosotros, los hijos, pocas limitaciones en cuanto a su uso. Si acaso, aquellos títulos que no se hallaban a la altura de nuestra comprensión o nuestro desarrollo mental o moral, tampoco se encontraban físicamente al alcance de nuestra mano, reposando en los estantes más altos de las librerías a la espera de tiempos más acordes con nuestro conocimiento y desarrollo. El libro, pues, figura entre los primeros recuerdos visuales del hogar familiar en mis épocas infantil y juvenil. A lo largo de los años, he hallado en ellos fantasía, información, ejemplo, deleite estético y, no pocas veces, cobijo.

No recuerdo cuando comencé a percibir los libros como objeto de colección, adquiriendo más sentido y trascendencia que la sola lectura. Quizá fuera cuando los de la biblioteca de mi padre comenzaron a desbordar el lugar que tenían asignado en la casa para expandirse por cualquier superficie capaz de contenerlos, con el objeto de hacerle hueco a otro tipo de libros que habían aparecido en su vida con un interés especial.

Fue a esta última actividad a la que mi padre dedicó más de cuarenta años de su vida, desde los primeros años 60 hasta los primeros 2000, cuando falleció. Tuvo una intención, la de utilizarlos como fuente de datos para sus numerosos escritos sobre Menorca, y un nombre, el de biblioteca menorquina, para distinguirlos del resto de libros que había en su casa. También tuvo su propio lugar, su despacho, donde colonizaron en adelante todo espacio disponible para este menester con exclusión de cualquier otro tipo de literatura.

No era una biblioteca demasiado extensa en cuanto a número de ejemplares, pero sí una de las más variadas sobre tema menorquín, con secciones como Historia, Cartografía, Náutica, Prehistoria, Lengua, Poesía, Arqueología, Geografía… con un nexo común: ser de autores menorquines o no menorquines, pero que hablasen de la isla de Menorca.

He tenido la suerte de heredar algunas de esas piezas y considero que adquieren su mayor significado cuando, junto con otras, contribuyen al estudio de nuestra Isla, de su especialísima cultura y condiciones, de las personas que contribuyeron a elevar su nivel cultural, científico o, simplemente, describir sus costumbres, sus actividades y su particular modo de vida.

Es por ello que, en nombre de mi padre, Eusebio Lafuente, he entregado algunos libros a la Biblioteca de la Isla del Rey, como pequeña contribución al esfuerzo, el entusiasmo y la labor cultural que llevan a cabo los voluntarios que forman parte de su Fundación.

Quizá el más original, por su antigüedad y su características físicas e históricas sea la Ordenanza de Hospitales Militares, un manuscrito fechado en 1739, encuadernado en piel de cordero y minuciosamente descrito por el general Alejandre, presidente de la Fundación Hospital Isla del Rey, en su blog S’Illa del Rei. Fue él quien encargó su restauración a Judith Tur, cuyo desinteresado y perfecto trabajo ha dado vida a este interesante libro mucho tiempo más. Se trata de un Reglamento de hospitales con todas las disposiciones oficiales que debían regir en un hospital militar del siglo XVIII, destinado específicamente a nuestra Isla. Una de sus particularidades es que está publicado en 1739, fecha en que Menorca estaba aún bajo dominación británica, y no fue de aplicación hasta que volvió formar parte de España, en 1782.

Otra de las obras que han pasado a la Biblioteca de la Isla del Rey es el Tratado de Medicina Legal en cuatro tomos del Dr. Orfila, un personaje tan original y polifacético como valioso a la hora de estudiar la Menorca del siglo XIX y conocer su esencial aportación al campo de la Medicina y la Química. Mateo Orfila fue un ejemplo muy significativo de lo que Menorca era capaz de producir en el aspecto sociocultural entre la clase burguesa. Jóvenes con acceso a una buena formación, refinamiento en sus costumbres y un proyecto de vida profesional que, como en su caso, los llevaba a menudo fuera de los pequeños límites de su entorno. Los tomos del Tratado de Medicina Legal, fechados entre 1847 y 1849, conservan la encuadernación original típica de la época, y fueron, en su momento, un material indispensable de estudio y trabajo y un ejemplo de cómo las diferentes Ciencias pueden auxiliarse unas a otras.

Finalmente, a ellos se suma el Tratado de Homeopatía, de Cristóbal García Tenorio, publicado en Mahón en 1900, en la imprenta Fábregues de la calle de la Infanta. Un ejemplo de conocimiento profundo de las sustancias naturales aplicadas a muy diversas dolencias y especialmente dedicado por el autor a su uso por parte de las familias.

No me queda más que desear larga vida a la Fundación Hospital de la Isla del Rey y expresar mi agradecimiento por la labor que llevan a cabo quienes ofrecen su tiempo y sus conocimientos a aumentar los de todos cuantos nos beneficiamos de ellos.

Pilar Lafuente González

Voluntaria