«Es bien sabido que cuanta más fiesta hay, más trabajo tiene un pastelero», confesó a los asistentes el pregonero, quien reconoció también que el ejercicio de una profesión «a la que he dedicado toda mi vida» le ha impedido disfrutar de algunas cosas: «Yo no sé lo que es vivir la mañana del dissabte de Sant Llorenç», reconoció ante el público.
Ello no impidió que rememorar su particular visión y sentimiento de la celebración, dividiendo la intervención en capítulos para abordar cada una de las jornadas festivas. Un relato salpicado, como suele ocurrir en estas citas, de nostalgia y que le llevó a rememorar un día clave en su vida, el 7 de julio de 1962, cuando por primera vez entró en el obrador de La Menorquina y tan solo contaba con siete años. «Aquel día comencé a ver cumplido el sueño de mi vida», aseguró.
Aprovechó para recordar cómo han cambiado algunas de las costumbres desde entonces. «Qué tiempos eran aquellos en los que con poca cosa ya hacíamos fiesta», rememoró antes de narrar cómo se compaginaba en su familia la celebración con las ocupaciones laborales, siempre pendientes de que del obrador salieran a punto las delicias más típicas de esos días.
«La repostería menorquina es una tradición muy arraigada en el pueblo de Alaior y nuestras mujeres siempre han tenido fama de buenas reposteras, puede que heredada de nuestras abuelas, a las que estaría bien hacer un homenaje», propuso el pregonero para que no desaparezca ese patrimonio gastronómico, que definió «rico en cantidad y calidad, con un surtido bien completo, tanto dulce como salado».
El repaso a la cronología de las fiestas concluyó con el dilluns de Sant Llorenç, esa jornada en la que la tranquilidad comienza a regresar a las calles y cuando el pastelero acostumbraba a «buscar la tranquilidad en el obrador, que es donde me viene la inspiración y en clave laboral libero mis pensamientos», reconoció.
En el tramo final de su intervención, el pastelero despachó el capítulo de agradecimientos, varios de ellos a miembros y firmas del sector y también a las entidades patronales de las que ha formado parte, para reconocer que todo lo que ha conseguido ha sido gracias «al apoyo de mi pueblo». Por su puesto también hubo un reconocimiento a las dos mujeres de su vida, su esposa Marieta y su hija Lina. «Si es que hemos llegado lejos, ha sido gracias a ellas. Todas las cosas buenas de nuestra vida nos las ha dado la pastelería», concluyó.
El protocolo festivo continuó con el primer toc de fabiol y la entrega de la bandera de Sant Llorenç por parte del alcalde al caixer fadrí, Jordi Pons Lluch, para a continuación homenajear con un reconocimiento público a los caixers Bartolomé Mercadal y Sara Pons por sus 25 años siendo partícipes de la qualcada. Momentos después, el estandarte de las fiestas se trasladó al Ayuntamiento, donde los vecinos comenzaron a prepararse para la gran cita que este sábado se avecina.
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