Mercè Solè, comunicadora de la Fundació Escola Cristiana de Catalunya.

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Licenciada en Filología Alemana y trabajadora social, Mercè Solé (Barcelona, 1956) forma parte de    Acció Catòlica Obrera y al Centre de Pastoral Litúrgica. Ha intervenido en la redacción del proyecto de Pastoral Obrera para la Diócesis de Menorca. Ayer se presentó en Ciutadella y esta tarde, en Maó.

¿En qué consiste la Pastoral Obrera y cuál es su objetivo?

—Parte de la idea de que el trabajo es un elemento central en la vida de las personas, no solo porque nos permite subsistir y cubrir las necesidades de techo, abrigo y comida. También al    relacionarnos con otras personas, sentirnos útiles y valorados, aprender y desarrollar nuestras capacidades. Desde el punto de vista cristiano    nos permite seguir el hilo de la creación del mundo, y es un espacio de experiencia de Dios. La Pastoral Obrera pretende que no disociemos nuestro quehacer cotidiano de nuestra espiritualidad    y que toda persona pueda hacer dignamente su trabajo.

¿Cómo surge esta pastoral?

—A medida que crece la industrialización aparecen varias crisis al pasar de una sociedad menestral y rural a otra industrial con las durísimas condiciones de los hombres, mujeres y niños que trabajaban en la industria. Esta población, que empieza a clamar por sus derechos, percibía a la Iglesia como un elemento conservador alineada con el poder, y depositaba su confianza en movimientos socialistas y comunistas. La brecha entre Iglesia y trabajadores provocó la búsqueda de nuevos caminos, que se anticipan al Concilio Vaticano II.

¿A qué caminos se refiere?

—Por ejemplo, la JOC (Juventud Obrera Cristiana) de cuya fundación se cumple este año el primer centenario. Joseph Cardijn, un sacerdote belga que llegó a ser cardenal, ante las condiciones de trabajo de los aprendices, creó un movimiento formado y dirigido por jóvenes. Explicaban el Evangelio a sus compañeros y, al mismo tiempo contribuían a mejorar las condiciones de trabajo de todos. Con ello convirtió en protagonistas a laicos jóvenes de ambos sexos. A lo largo de estos cien años han surgido otros movimientos para la evangelización del mundo obrero, como la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica), que fue fundada por Guillermo Rovirosa en 1946) o la ACO (Acció Catòlica Obrera, nacida en Barcelona en 1953.

¿Cómo se aplicará la pastoral obrera en Menorca?

—En la historia de la Iglesia menorquina hallamos experiencias en estos movimientos. Pero ahora no se trata de reproducirlas, sino de ver cómo desde nuestras parroquias y comunidades podemos incorporar esta espiritualidad al trabajo y la vida cotidiana en la línea del documento que aprobó hace treinta años la Conferencia Episcopal Española titulado «La Pastoral Obrera de toda la Iglesia», que nos insta a ser sensibles para detectar los casos de explotación laboral y las necesidades de transformación social.

¿A qué responde el titular de la pastoral de Menorca: «Des de l’esperança i per l’esperança»?

—Aparte de que este año la Iglesia celebra su jubileo, dedicado a la esperanza, y de que estamos entrando en un período muy oscuro, de amenaza para millones de personas, me gusta el razonamiento del filósofo Byung-Chul Han, que distingue entre optimismo y esperanza. La esperanza es activa, conoce los riesgos y parte del dolor, pero inicia caminos y dota de sentido nuestros pasos. Ahí nace este título.

¿Cuál es su relación y conocimiento de Menorca?

—Debo confesar mi ignorancia sobre las condiciones de vida de los trabajadores en Menorca. Hay unos problemas comunes como la falta de vivienda, este fenómeno que motiva la denuncia y el trabajo de las Cáritas diocesanas; que hoy tener un trabajo no significa ni garantiza que consigas salir de la pobreza; los efectos perversos de la Ley de Extranjería... Y también habrá otros problemas específicos relacionados con la insularidad y con el auge del turismo. Creo que este conocimiento y análisis debe constituir el primer paso de la Iglesia menorquina y nadie mejor para hacerlo que las propias comunidades cristianas locales, que ya cuentan, de entrada, con su propia experiencia y su capacidad de observación y de reflexión.

¿Y cómo abordar y dar respuesta a estos problemas?

—No hay recetas. En modo alguno la Iglesia debe sustituir, en una sociedad democrática, a los sindicatos ni a los partidos. Entre otros motivos porque hay que respetar la pluralidad de ideas de los cristianos. Sin embargo, es muy importante que los cristianos estén dispuestos a    participar en la vida pública. Es una forma de mostrar esperanza y, simultáneamente, de aportar unos valores de honestidad, diálogo y compromiso que parten del Evangelio y que ahora mismo se echan en falta. Aceptando la contradicción de que personas y organizaciones no estamos libres de pecado, pero somos plenamente capaces de amar al prójimo. Como decía Pablo VI, la política es una forma de caridad.

Defina el «trabajo digno».

—Esta es una buena definición: «El trabajo decente ha de ser expresión de la dignidad de todo hombre o mujer; libremente elegido, que asocie a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su comunidad; que haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; que satisfaga las necesidades de las familias y escolarice a sus hijos sin que verse obligados a trabajar; que permita a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; que posibilite reencontrarse con las propias raíces en los ámbitos personal, familiar y espiritual, y que asegure una condición digna a los trabajadores cuando llegan a la jubilación». Al leer esto pensamos que son palabras de un sindicalista o algún líder populista, o nos parece una utopía irrealizable. Es una cita de Benedicto XVI, de Caritas in Veritate, que fue publicada en 2009.