Creo que con esta obra lleva ya muchos kilómetros a sus espaldas.
—Llevamos girando un par de años, pero como suele suceder con las obras de teatro, cada representación es nueva, y es por eso que no tengo la sensación de llevar haciéndola todo ese tiempo. La hemos llevado a muchos sitios, porque afortunadamente es una obra fácil de mover, con solo dos actores, y estamos llegando a pueblos que prácticamente no pueden programar teatro con una función con todas las letras. Es, sin duda alguna, la mejor obra que he representado nunca, y de un director, Jordi Galceran, que tiene todos los premios que se le pueden conceder.
Entre ellos , el Premi Born por «Palabras encadenadas».
—Muy merecido. Galceran crea unas máquinas teatrales con muchísimas lecturas y muchas carcajadas.
‘El crédito’ acumula desde 2013 varios montajes. ¿Cuál es el secreto de su éxito?
—Los personajes son muy reconocibles. Todo el mundo se ha visto en el lugar de alguien que tiene que ir a solicitar un crédito a un banco. Habla de algo que preocupa mucho a la gente y muestra hasta qué punto de locura puede alcanzar la ‘dinerofilia’… Me acabo de inventar una palabra.
Una historia que no pierde vigencia, es un poco lo que ocurre con los clásicos.
—Afortunadamente los clásicos hablan sobre el mundo contemporáneo y se mantienen siempre vivos. Pero puede ser que, de repente, en un tiempo futuro, no haya el componente humano que tiene un director de banco a la hora de conceder un crédito, puede ser que todo lo mande el algoritmo y no haya manera de tomarle el pelo o de buscarle las vueltas.
¿Le preocupa la ola de impersonalidad que conlleva la inteligencia artificial?
—Me preocupa la cantidad de gente ociosa. Si todo lo hacen los robots, va a haber mucha gente que no va a encontrar sentido a la vida. Yo, si no fuera por mi trabajo estaría muerto de asco. Incluso los días que no tengo nada que hacer me busco algo, porque si no no se me pasan las horas. Creo que Sabina lo dice muy claro en «Contigo», en la que canta ‘Yo no quiero tardes de domingo’, pues yo tampoco. Si no hago algo, el horror vacui me estrangula.
¿‘El crédito’ tiene más de comedia o de drama?
—La comedia es drama con ritmo. Nosotros sabemos que esta obra, cuanto más realista es, cuanto más desesperados están los dos protagonistas, más se ríe la gente. Es una comedia, sin duda, pero hay que hacerla muy en serio. Cuando empezamos a hacer la función, el público se ponía de pie como un resorte cuando acabábamos. Y ahora que ya hemos conseguido conocer mucho mejor los personajes y oímos más carcajadas, hay veces que no se levanta porque considera que la comedia es más sencilla que el drama, y es absolutamente al revés. Lo que ocurre es que nosotros realizamos mucho más trabajo para llevar este drama a la comedia sin que pierda su fuerza, y a la gente le cuesta más levantarse. Es lo que la sucede a la comedia, que está infravalorada y se considera un género menor.
Comedia, pero no exenta de crítica social.
—La obra tiene una denuncia hacia lo que podemos llegar a hacer por dinero. Es un poco la locura humana, que buscamos el dinero sin pensar el daño que podemos hacer a los demás. Mi personaje, que es el cliente, lo he interpretado de muchas maneras y la que actualmente hago es la de un inocente, la de un tipo que se debe a su palabra dada. También tiene componentes románticos. Hubo un tiempo en que mi personaje era mucho más mezquino.
¿Cómo es la experiencia de trabajar con Armando?
—El texto es bestial, pero el hecho de que personas tan dispares hayamos sido seleccionadas para interpretarlo ha generado un conflicto propio, que viene de serie, y que funciona de maravilla. Armando es una persona que me saca una cabeza de altura, que está muy guapo y hace de malo bestialmente, su papel en ‘La reserva’ lo corrobora; y yo me he movido siempre en la comedia y soy capaz, a pesar de mi hermosura, de interpretar a un pobre desgraciado sin ningún sex appeal, pero muy convencido de que es irresistible.
Cambiamos de tercio. En su perfil de Instagram dice ‘Hago muchas cosas, entre ellas música con Los Toreros Muertos’. ¿Qué le falta por hacer en el mundo del arte?
—Lo que me gustaría es volver a dirigir una película, pero no he conseguido levantar ninguno de mis guiones con la facilidad que levanté «Atún y chocolate». Esto me parece un síntoma de que las productoras no tienen fe, y carezco de la profesionalidad para meterme en un proyecto sin contar con la fe del productor o el corazón de la industria. En realidad he hecho de todo, y todo lo he disfrutado. Supongo que algún día volveré a pintar, pero como mi vida está en la carretera es complicado.
Con Los Toreros Muertos acaba de regresar de una gira en el otro lado del Atlántico. ¿Pensó alguna vez llegar tan lejos con el grupo?
—Tenemos planeado tocar en Estados Unidos, lo que pasa es que con la llegada de Trump el mundo latinoamericano ha paralizado su actividad y la gente tiene miedo a salir a la calle, eso es lo que nos cuentan. Por eso se han retrasado muchos conciertos. Íbamos a ir en abril a hacer una gira por Miami, Orlando, Atlanta, Washington, Nueva York y Boston, y al final la hemos tenido que retrasarla a junio. El próximo mes presentaremos nuestra tour ‘40 años salvando el mundo’.
40 años de trayectoria y mucho eco todavía. Los ‘Toreros’ siguen de moda.
—Bueno, es que el humor es como el escabeche, es un buen conservante. Hubo un tiempo, cuando sacamos el primer disco, digamos con aquella irrupción sinfónica, que éramos bastante jazzeros, por decirlo de alguna manera, y muy eclécticos, no teníamos una etiqueta fácilmente colocable. Lo único que nos definía era el sentido del humor y unas canciones un poco extrañas.
Justamente, ayer volví a a escuchar «Yo no me llamo Javier», y a mí me sonó a Talking Heads….
—Es que es un grupo que me ha influido muchísimo. Entre Talking Heads, Prince y Dr. Feelgood me han hecho bailar lo que no está escrito.
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