De mayor quiero ser…
¿Cómo y cuándo nace esa pasión por la pintura?
—Mis inicios fueron de chiquitito. Ya en el colegio pintaba los decorados, en la revista del clase, en las obras de teatro… Los libros de mates no tenían ni un espacio vacío, los números se convertían todos en dibujos. Mi padre es pintor, he vivido entre telas toda mi vida. Mientras él estaba trabajando yo paseaba por la habitación, cogía los recortes que dejaba y jugaba con ellos. En mi casa se respira esta pasión.
¿Ser pintor estaba en sus planes? ¿Estaba destinado a serlo por su padre?
—Me di cuenta en cuanto fui creciendo. En ningún momento pretendí ser pintor ni quería serlo. Me gustaba pintar y nada más. Siempre he tenido ese «don» y lo he utilizado de una manera u otra en distintas etapas de mi vida. En la mili por ejemplo, me tenían en un gimnasio pintando aucas e historietas para sargentos. Siempre he utilizado la pintura para expresarme. Me he ido defendiendo con esto.
¿Si no fuera pintor, qué otro oficio le gustaría ejercer?
—Cualquier cosa que me hiciera feliz y que no supusiera una amargura y un sufrimiento. Si fuera panadero, intentaría disfrutar y hacer los mejores panes. Divertirme haciendo lo que hago. Algo siempre hay en cada persona que le hace sentir mejor. Yo lo buscaría de una manera u otra. De pequeño quería ser carnicero.
Si ahora mismo tuviera que ir a trabajar en una carnicería, me lo pasaría bomba.
¿Sigue con la misma pasión para pintar que cuando empezó? ¿Considera que la ilusión cambia o se pierde con los años?
—Esto es como un matrimonio (bromea). Sí y no. Aparte de las exposiciones, hago encargos personales. A veces, los empiezo sin disfrutar mucho. En un artista existen dos partes. Una de ellas, tal vez la menos agradable, es la económica. Cuando vives del arte, haces cosas que tal vez no harías si no necesitaras el dinero o no vivieras de ello. Aun así, intento llevarlo siempre a mi terreno y es ahí cuando disfruto y vuelve la pasión. Hay cuadros que empiezo menos apasionadamente y cuando los termino digo «qué virguería me está quedando». Sí, sí. Disfruto. Son más de 30 años que vivo de la pintura, hago lo mismo pero siempre buscando evasiones. Si tuviera que ser un suplicio no lo haría.
¿Podría hacer una crónica de su día a día como artista?
—Todo depende del trabajo que tenga en ese momento pero normalmente siempre hay, si no son encargos son exposiciones. Cuanto más nervioso estoy, más pronto me despierto. Me suelo levantar a las seis de la mañana, o antes, y bajo al estudio a trabajar hasta las dos del mediodía. Luego como y sobre las cuatro vuelvo a trabajar hasta las siete o así. Aunque, por suerte, tengo libertad en este oficio y puedo ser flexible. A veces pasa que abro el taller y no tengo ganas de pintar, así que me voy. Aunque no suele ocurrir mucho.
Menorca, sa meva Menorca
Lleva muchos años viviendo en Menorca, que es toda una protagonista en sus obras. ¿Qué le enamoró de esta isla para asentarse en ella?
—Siempre intento transmitir la luz y la filosofía de vida que tenemos los menorquines. Me enamoraron los pequeños momentos porque aquí son enormes, tienen más valor que cualquier cosa material. Puedes pasear veinte mil veces por el mismo sitio y nunca ver lo mismo. Todo. Aquí la parte material se vuelve irrelevante. Las clases sociales no existen. Una reunión con amigos. Uno vendrá en un yate de 20 metros y otro con un paddle surf pero ambos irán al mismo sitio, tomarán las mismas cervezas y hablarán de las mismas cosas. Uno será ingeniero y el otro barrendero, da igual. Todos son iguales.
¿Cree que vivir en una isla pequeña como Menorca condiciona su carrera artística?
—No, para nada. El mundo se ha vuelto muy pequeño, estamos todos interconectados. Ahora puedo hablar con un galerista de Nueva York o contigo desde mi estudio de Menorca. Se puede trabajar desde cualquier sitio con unas comodidades tremendas. Puedo pintar un cuadro en mi pequeño oasis menorquín y dentro de dos días puede que esté colgado en Honolulu.
Vivir aquí me da paz, sosiego, tranquilidad y, sobre todo, calidad de vida. Con este entorno seguro que tienen que salir cosas bonitas.
Si tuviera que cambiar de residencia, ¿qué destino elegiría?
—Uno totalmente distinto. Me iría a las montañas, a los Pirineos, a algún pueblecito de cuatro casas. Aunque haría exactamente lo mismo que aquí: ver a los mismos vecinos, pasear por las mismas calles, dar los buenos días a la misma gente… Pero gente real, no estas caras de tristeza que ves en los metros de las grandes ciudades. Intentaría que fuese un sitio que esta filosofía de vida continuase, y esto existe en los pueblos.
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