Marc Jesús Vives es un eivissenc que lleva muchos años viviendo en Menorca.

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Marc Jesús Vives nace en Eivissa en 1966 y, bajo la influencia artística de su padre, también pintor, crece rodeado de arte. Pinta y esculpe de manera autodidacta y engendra un estilo tan personal como diferenciador. Los paisajes costeros cargados de vitalidad protagonizados por mujeres voluminosas teñidas de azul han sido expuestos en diferentes ciudades y países, otorgándole así el reconocimiento que merece. Su espíritu viajero llevó al pintor a descubrir nuevas culturas lejos del Mediterráneo que le enriquecieron personal y artísticamente. Sin embargo, hace ya cuatro décadas que Marc Jesús encontró su remanso de paz en Menorca, leitmotiv de todas sus obras…

De mayor quiero ser…

¿Cómo y cuándo nace esa pasión por la pintura?

—Mis inicios fueron de chiquitito. Ya en el colegio pintaba los decorados, en la revista del clase, en las obras de teatro… Los libros de mates no tenían ni un espacio vacío, los números se convertían todos en dibujos. Mi padre es pintor, he vivido entre telas toda mi vida. Mientras él estaba trabajando yo paseaba por la habitación, cogía los recortes que dejaba y jugaba con ellos. En mi casa se respira esta pasión.

¿Ser pintor estaba en sus planes? ¿Estaba destinado a serlo por su padre?

—Me di cuenta en cuanto fui creciendo. En ningún momento pretendí ser pintor ni quería serlo. Me gustaba pintar y nada más. Siempre he tenido ese «don» y lo he utilizado de una manera u otra en distintas etapas de mi vida. En la mili por ejemplo, me tenían en un gimnasio pintando aucas e historietas para sargentos. Siempre he utilizado la pintura para expresarme. Me he ido defendiendo con esto.

¿Si no fuera pintor, qué otro oficio le gustaría ejercer?

—Cualquier cosa que me hiciera feliz y que no supusiera una amargura y un sufrimiento. Si fuera panadero, intentaría disfrutar y hacer los mejores panes. Divertirme haciendo lo que hago. Algo siempre hay en cada persona que le hace sentir mejor. Yo lo buscaría de una manera u otra. De pequeño quería ser carnicero.

Si ahora mismo tuviera que ir a trabajar en una carnicería, me lo pasaría bomba.

¿Sigue con la misma pasión para pintar que cuando empezó? ¿Considera que la ilusión cambia o se pierde con los años?

—Esto es como un matrimonio (bromea). Sí y no. Aparte de las exposiciones, hago encargos personales. A veces, los empiezo sin disfrutar mucho. En un artista existen dos partes. Una de ellas, tal vez la menos agradable, es la económica. Cuando vives del arte, haces cosas que tal vez no harías si no necesitaras el dinero o no vivieras de ello. Aun así, intento llevarlo siempre a mi terreno y es ahí cuando disfruto y vuelve la pasión. Hay cuadros que empiezo menos apasionadamente y cuando los termino digo «qué virguería me está quedando». Sí, sí. Disfruto. Son más de 30 años que vivo de la pintura, hago lo mismo pero siempre buscando evasiones. Si tuviera que ser un suplicio no lo haría.

¿Podría hacer una crónica de su día a día como artista?

—Todo depende del trabajo que tenga en ese momento pero normalmente siempre hay, si no son encargos son exposiciones. Cuanto más nervioso estoy, más pronto me despierto. Me suelo levantar a las seis de la mañana, o antes, y bajo al estudio a trabajar hasta las dos del mediodía. Luego como y sobre las cuatro vuelvo a trabajar hasta las siete o así. Aunque, por suerte, tengo libertad en este oficio y puedo ser flexible. A veces pasa que abro el taller y no tengo ganas de pintar, así que me voy. Aunque no suele ocurrir mucho.

Menorca, sa meva Menorca

Lleva muchos años viviendo en Menorca, que es toda una protagonista en sus obras. ¿Qué le enamoró de esta isla para asentarse en ella?

—Siempre intento transmitir la luz y la filosofía de vida que tenemos los menorquines. Me enamoraron los pequeños momentos porque aquí son enormes, tienen más valor que cualquier cosa material. Puedes pasear veinte mil veces por el mismo sitio y nunca ver lo mismo. Todo. Aquí la parte material se vuelve irrelevante. Las clases sociales no existen. Una reunión con amigos. Uno vendrá en un yate de 20 metros y otro con un paddle surf pero ambos irán al mismo sitio, tomarán las mismas cervezas y hablarán de las mismas cosas. Uno será ingeniero y el otro barrendero, da igual. Todos son iguales.

¿Cree que vivir en una isla pequeña como Menorca condiciona su carrera artística?

—No, para nada. El mundo se ha vuelto muy pequeño, estamos todos interconectados. Ahora puedo hablar con un galerista de Nueva York o contigo desde mi estudio de Menorca. Se puede trabajar desde cualquier sitio con unas comodidades tremendas. Puedo pintar un cuadro en mi pequeño oasis menorquín y dentro de dos días puede que esté colgado en Honolulu.

Vivir aquí me da paz, sosiego, tranquilidad y, sobre todo, calidad de vida. Con este entorno seguro que tienen que salir cosas bonitas.

Si tuviera que cambiar de residencia, ¿qué destino elegiría?

—Uno totalmente distinto. Me iría a las montañas, a los Pirineos, a algún pueblecito de cuatro casas. Aunque haría exactamente lo mismo que aquí: ver a los mismos vecinos, pasear por las mismas calles, dar los buenos días a la misma gente… Pero gente real, no estas caras de tristeza que ves en los metros de las grandes ciudades. Intentaría que fuese un sitio que esta filosofía de vida continuase, y esto existe en los pueblos.

El apunte

Marc Jesús, ‘el pintor de la mujer añil’

¿Cómo nace la mujer azul? ¿Diría que es su sello de autor?

—Esta mujer, que es mi icono y mi base, empezó cuando yo era joyero. Empecé haciendo unos broches de joyería y dibujé a estas señoras en bocetos para las joyas que nunca llegué a terminar. Las pasé a acuarelas y de ahí me surgió una oportunidad en un concurso. Me presenté y gané. Di un vuelco en mi vida y me fui hacia la pintura

Lo cotidiano, la tranquilidad y la simpleza destacan siempre en sus cuadros. ¿Qué quiere transmitir con ello?

—Sobre todo, intento evitar pintar cosas tristes. Enciendes la televisión y constantemente son noticias tristes. Somos muchos artistas y muchos ya pintan cosas heavies. No va a ser mi labor. Yo prefiero ser positivo y pintar lo bonito. No

pretendo cerrar los ojos y dar la espalda, sino intentar transmitir felicidad.

¿Se atrevería con arte de denuncia social? ¿Qué causa le motivaría a hacerlo?

—Sí, y tanto, y sería facilísimo. Ofender es muy fácil. La injusticia sería mi primer motivo. El engaño, la guerra… Lo que está ocurriendo ahora. En estos dos últimos años, con la guerra y el coronavirus, tengo que reconocer que ha sido difícil pintar cosas bonitas con la presión mediática de las cosas malas que estaban sucediendo.

Sus obras introducen siempre un tono erótico. ¿Considera que el erotismo llama más la atención del espectador?

—No me lo había planteado nunca, mala mía. Antes era mucho más erótico, por ejemplo, los pechos estaban siempre descubiertos. Ahora hay galerías que hacen tapar esta parte porque hay un pudor tremendo con estos temas.

Yo busco la sensualidad. Un simple dedo levantado tomando un té ya tiene ese punto sensual femenino sin necesidad de que se vea un pecho. Para mí no es imprescindible incluir erotismo. No voy a buscarlo, pero tal vez es cierto que sin darme cuenta aparece en mi obra, lo debo llevar dentro. Como digo siempre, intento manchar lienzos de alegría con eróticos toques de añil.

Realiza obras por encargo personal. Cuéntenos alguna experiencia curiosa.

—Uno de los encargos más curiosos fue cuando pinté un hombre azul, ya que siempre suelo pintar mujeres. Un chico contactó conmigo para que le hiciera un cuadro de gran tamaño para su novio: un hombre con el torso descubierto y unos pantalones al estilo ibicenco comiéndose un helado Magnum. Todo bien hasta aquí. Ahora viene lo raro…

«¿Podría tener más bíceps, más pectorales y una tableta más marcada?». Tuve que retocar toda la obra y de algo que era chulo, creé La Masa, no verde sino azul. Terminé la obra y finalmente, no se quedó el cuadro porque no le gustó. Lo llevé a una galería pero era invendible. Me lo traje de vuelta al estudio. Le hice una operación y lo convertí en mujer. Camuflé ese mal rollo. Finalmente, este cuadro se vendió a unos millonarios suizos e incluso salió en una revista de gastronomía por el helado que aparecía.

Y esta es una historia de otras muchas. Tengo más pero de esta me acuerdo bien.

Y para terminar…

Defina su arte en una palabra. Vida.

Ahora su vida. Arte.

Un cuadro suyo. El rapto de Nura (versión del rapto de Europa).

Un pintor que le apasione. Josep Guinovart.

Una película que haya visto mil veces. Forrest Gump (1994).

Una canción que escuche en bucle. «Pirate looks at Forty» de Jimmy Buffett.

Y un libro que le haya acompañado toda su vida. «El Principito» de Antoine de Saint-Exupéry.