Si en 2023 anunciaba que la humanidad había abierto las puertas del infierno, en su reciente mensaje de año nuevo, lanzaba un nuevo aviso de que estábamos asistiendo a un colapso climático en tiempo real, del que los países tenían la obligación de poner al mundo en un camino seguro en 2025.
Un nuevo rumbo que pasaba por la reducción drástica de las emisiones y la transición hacia un futuro renovable, ya lo sabemos. Pero sean o no alarmas infundadas, sus consecuencias también han tenido su impacto en clave local, con la DANA que vivimos en agosto o las crisis productivas que han sufrido los cultivos del aceite y del vino en Menorca en 2024.
La combinación producida entre la situación de sequía meteorológica, unas temperaturas anormalmente elevadas y el efecto en la floración de las plantas, fueron una combinación letal. Los datos fueron especialmente preocupantes en la producción de aceite de oliva, cuyo descenso llegó hasta el 73 por ciento respecto a la campaña del año anterior, en un durísimo golpe para la frágil estructura empresarial existente, que puede comprometer a futuro la viabilidad económica de un nuevo sector que estaba generando nuevas oportunidades y esperanzas al campo de Menorca.
En el caso de la producción vitivinícola, el castigo no fue tan severo con menos producción pese a crecer el número de viñedos, pero supone un toque de atención para todos estos proyectos de presente y de futuro que mostraban una alternativa al monocultivo lechero menorquín, cuya crisis viene de lejos por otros motivos.
La realidad es que los efectos en cascada de este cambio climático, están llegando a todas partes y nos interpelan cada vez con mayor fuerza. Lamentablemente, la última cumbre climática COP29, tampoco logró llegar a un acuerdo sobre cómo impulsar la transición hacia el abandono del carbón, el petróleo y el gas.
Espero que 2025 nos anime a pasar más a la acción para poder pensar que no todo está tan perdido como parece.