Iniciamos el recorrido desde esa alta plataforma de salida sin saber exactamente a qué distancia está ni por dónde se sitúa la otra plataforma, la de llegada, ya que las brumas y la espesa niebla impedían y siguen impidiendo aún una visión clara del recorrido a efectuar.
El recorrido se inició con cierto ánimo pero sin una ilusión desbordante ya que en el intento anterior nos caímos y aún arrastramos rasguños de esa maldita caída que por suerte estuvo atenuada por ese colchón poco mullido pero espumoso al fin y al cabo que esa vez encontramos ahí abajo. Así y todo, después de mucho analizar causas y porqués de ese traspiés, estábamos convencidos de que no cometeríamos los mismos errores, de que había llegado el momento de volver a intentarlo, de que esta vez los dioses y los elementos nos serían propicios. Sentíamos que estábamos en forma a pesar de todo y que todos nuestros sentidos estaban atinados y bien agudizados después del descanso forzoso, aunque analítico, por el que habíamos pasado durante tantos meses. Una pena que no hayamos tenido tiempo de sustituir ese colchón raído por uno nuevo, ya servirá de poco si volvemos a precipitarnos, pensamos.
Nada más comenzar la caminata aérea, notamos que esa cuerda que nos sostiene no tiene la misma consistencia de siempre, no está en su punto óptimo de tensión, al menor roce se bambolea y la notamos tirante y áspera, no lo decimos en voz alta para que no se materialice pero todo apunta a que la cuerda está a punto de romperse. Respiramos profundamente, no podemos pararnos, pararnos sería peor, darse la vuelta es ya imposible, a lo hecho, pecho.
Intentamos caminar lo más rápido que podemos y nos alegramos al coger un cierto ritmo, pero comienza a soplar una brisa frontal que ralentiza el avance, justamente en el mejor momento. Esa brisa que comenzó suave, va transformándose poco a poco en un viento molesto y que nos impacta de frente. Tratamos de invocar una plegaria adecuada para estos casos, que no gire el viento, si sopla racheado habremos terminado, pero el baúl de los rezos efectivos está vacío desde hace tiempo. Nos entra la zozobra en las piernas y sentimos los brazos cansados, el palo de equilibrio se nos hace de cada vez más pesado.
No osamos mirar hacia abajo, nuestra vista está fija en un punto indeterminado enfrente nuestro, deseosos de que aparezca el destino, la plataforma que le dé término a ese ejercicio fatigoso, que se va asemejando a un castigo. Pero no vemos el final, solamente niebla y bruma, de momento no anochece, percibimos cierta claridad a pesar de la espesura que nos envuelve, eso es bueno, ya con poco nos conformamos, tenemos algo de tiempo y llevamos muchos años ejercitándonos, inspirar, expirar, temple, calma, serenidad.
Todo se ha vuelto en nuestra contra, pero seguimos ahí, ya veremos, y damos otro paso.
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