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Hay que insistir una y otra vez. La recuperación económica de nuestro país depende fundamentalmente en el corto/medio plazo de las vacunas y de los fondos Next Generation. Para que efectivamente esto sea así hace falta, en primer lugar, vacunar a un ritmo superior al actual para conseguir cuanto antes la inmunidad de grupo.
Las dificultades habidas con la vacuna AstraZeneca y el incumplimiento en los plazos de entrega por parte de las otras farmacéuticas están dificultando este objetivo y ponen en peligro la temporada turística que está a la vuelta de la esquina. Por otro lado, no se debe demorar por parte del Gobierno la presentación a la Comisión Europea del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia que contemple las reformas estructurales que nos exige la UE de manera prioritaria en los ámbitos de las pensiones y laboral, condición indispensable para conseguir los 140.000 millones de euros que nos tienen asignados.
Pero estas ayudas no tendrán toda su efectividad si no existe una estrecha colaboración público privada y los recursos no solo se destinan a reparar el daño causado por la pandemia, sino a modernizar e incrementar la productividad de nuestro tejido empresarial. Si hacemos las cosas bien y los recursos europeos no tardan en llegar (es fundamental que el Tribunal Constitucional alemán se pronuncie cuanto antes), hay motivo para la esperanza, pero sin exagerar. Y digo lo de sin exagerar, porque me parece pecar de un optimismo desmedido hablar de que tras la pandemia llegarán “los locos años veinte del siglo XXI”.

Debemos ser mucho más comedidos, a pesar, es cierto, de que el ahorro familiar ha crecido de forma notable y habrá, sin duda, cuando la tempestad amaine, un incremento importante del consumo. No obstante, la situación de muchas otras familias que se han visto fuertemente golpeadas por la crisis no solo han consumido todos sus ahorros, sino que están en una situación muy precaria. La desigualdad entre la población española ha crecido de una forma alarmante. Tengámoslo en cuenta.

Tampoco podemos olvidar que la contracción del PIB el año pasado fue superior al 11% y que la previsión de crecimiento para este año era, en octubre del 7,2%, en enero del 5,9% y ahora, en abril, es del 6,6%. La incertidumbre es manifiesta. La propia ministra Nadia Calviño ha manifestado que el crecimiento económico este año será inferior a lo previsto. Y para añadir más leña al fuego, en el marco de las reuniones de primavera del FMI, la propia ministra afirmó que España se endeudará en los próximos dos años por importe de 150.000 millones de euros, cifra superior a los fondos que se recibirán de Europa en un horizonte temporal de varios ejercicios.

Vienen, pues, años difíciles y a los españoles nos costará Dios y ayuda volver a los estándares de bienestar anteriores a la crisis. Como ya afirmé una vez, de esta crisis saldremos más pobres y endeudados. Concluyo con una reflexión del profesor Albert Guivernau que nos debe hacer pensar. Dice así: “El problema para España no es el volumen de endeudamiento, sino para qué se hace: si con ello se generasen nuevos puestos de trabajo o mejorase la productividad o la competitividad, no sería un problema. Pero España se endeuda para mantener su actividad ordinaria o pagar subsidios. El 30% de las empresas españolas que recibieron respaldo público no volverán a ser rentables”.