En economía, la reduflación es el proceso en que mercancías se reducen en tamaño o cantidad, mientras que sus precios siguen siendo los mismos o aumentan. Este efecto es una respuesta al aumento en el nivel general de precios de los bienes, manifestado por unidad de peso o volumen, a causa de múltiples factores, principalmente la pérdida de poder adquisitivo, la caída del poder de compra de los consumidores y el aumento del costo de los insumos, y cuya respuesta de la oferta es la reducción en el peso o tamaño de los bienes tranzados. La reduflación se concibe entonces a modo de adaptación de la oferta a la presión inflacionaria, y se plantea para evitar una perturbación en la dinámica de transferencias hacia el mercado, y frente a la competencia. Por causa y respuesta, se configura entonces como una forma sigilosa de inflación.
A pesar de que el término surge en la década de 2010 en medios anglosajones, hoy en día el fenómeno es especialmente notorio en productos envasados, como en las patatillas, cereales, productos de higiene, pasta, entre otros. Aunque la medida no es bien recibida por los consumidores, que notan la diferencia en el rendimiento del producto respecto a su precio, y los cambios derivados en los formatos de presentación, que son los efectos visibles del caso, es menos visible que el aumento de precios.
Pippa Malmgren, asesora en política económica del gobierno de George W. Bush, y que empleó el término en su obra Señales: el desglose del contrato social y el auge de la geopolítica, afirma que la reduflación acaba siendo un aviso certero de la inflación, de modo que tiene repercusiones muy serias para la política monetaria de los bancos centrales. Al respecto, se señala también la tendencia general de los consumidores a culpar a los actores minoristas cuando, por contrarrespuesta, se argumenta que son en realidad los bancos centrales quienes tienen la responsabilidad directa sobre la inflación, y por tanto de la reduflación.
¿Cómo evitar caer en la 'trampa'?
Aunque en muchas ocasiones estos cambios pasan por desapercibidos, los expertos explican que existen algunas claves para no caer en la trampa. Los especialistas recomiendan mirar el precio por kilo o por litro, algo que la ley obliga a poner a los establecimientos comerciales, y comparar en el mercado valorando cómo evoluciona con el paso de las semanas. En este sentido las aplicaciones de móvil dedicadas a comparar precios son un buen aliado. Por otra parte, también es aconsejable huir de ofertas como las de 3×2 o «ahora con x gramos más gratis», puesto que tienden a ser las más engañosas.
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