He sucumbido a «Adolescencia», la nueva serie de Netflix que se estrenó el pasado 13 de marzo y que vuelve a poner sobre la mesa los males de la juventud de nuestros tiempos. Desde el primer minuto el ritmo de la narración te absorbe y te sitúa en tensión permanente, generando miedo, rabia, sorpresa, incredulidad y compasión. Más allá de ser un buen producto de entretenimiento, con una narración intensa e interpretaciones excelentes, es inevitable preguntarse: ¿y si el niño protagonista fuera mi hermano, mi hijo o mi vecino?
La realidad es que no conocemos a los adolescentes. No sabemos cómo son y no les entendemos. Tienen sus inseguridades, su rabia, su propensión al riesgo, sus cambios físicos… como tuvimos todos a su edad, pero desde luego que se relacionan con un lenguaje, unos valores y unos referentes totalmente diferentes a los nuestros en esa época. De hecho, tengo mucho más en común con generaciones mayores que con ellos. Y el motivo principal está muy claro: el móvil y las nuevas tecnologías han creado un abismo.
En los últimos años, las grandes compañías han promovido con gran éxito la implantación de las nuevas tecnologías en la educación. Los adolescentes son nativos digitales y los colegios han dejado atrás metodologías que se consideran antiguas, como la escritura a mano en un papel, el uso de libros o las clases magistrales. Solo ahora, después de la publicación del último informe PISA, se está cuestionando esta inmersión tecnológica en las aulas. Los dispositivos se han instalado muy rápido, cambiándolo todo radicalmente, y no solo en el colegio sino también en casa, dando un móvil a menores sin controlar el uso que hacen del dispositivo, ni saber tan siquiera los peligros a los que se exponen.
Se dice que la tecnología en sí misma no es mala, depende del uso que hagamos de ella. También nos ha cambiado radicalmente a nosotros, haciéndonos más individualistas y consumistas. Pero si nos ponemos a contar los casos de ciberacoso, sexualización, adicciones… junto a la creciente brecha entre chicos y chicas, el auge de ideologías ultras, el sedentarismo, el empeoramiento del nivel educativo… está claro que hay que prestar más atención a los jóvenes. Se les recrimina que no se esfuerzan, que lo tienen todo hecho… pero ellos no tienen la culpa.
Una serie es ficción y dibuja un caso extremo, como también era extrema la película «How to have sex», que ahonda en las relaciones sexuales en la adolescencia –y que, por cierto, deja en muy mal lugar a Magaluf escondido tras el nombre ficticio de Malia–. Pero da la oportunidad de revisar pensamientos y cuestionarnos si lo estamos haciendo bien. Yo quiero creer en los jóvenes y me niego a contagiarles mi pesimismo. Viven en una época de mucha incertidumbre, pero tienen derecho a tener ilusión y proyectos. Hay que reconectar con los jóvenes.