Nunca antes habíamos vivido en un mundo con tantos avances científicos, tecnológicos y sociales. Es cierto que estos progresos están mal repartidos, pero en conjunto esta es, sin duda, la mejor época de la historia de la humanidad. Sin embargo, paradójicamente, el mundo sigue sumido en guerras, desigualdades, crisis de todo tipo y una creciente polarización.
Y dentro de esta llamada «mejor época», cabe destacar que España reúne muchas de las mejores condiciones para vivir, a pesar de nuestra tendencia al pesimismo, la crítica constante y cierta inclinación cainita.
Como humanidad, parecemos incapaces de gestionar nuestro propio éxito. Por razones que mezclan el ego, el poder y la desconexión emocional, da la sensación de que caminamos, inevitablemente, hacia el colapso. Como si fuésemos un sistema al borde del fallo general, todo apunta a que necesitamos un reset urgentemente.
La Historia está plagada de barbaries cometidas por el ser humano. Desde los albores de la civilización, la violencia ha sido una constante: imperios, colonizaciones, genocidios, guerras mundiales. Hoy, en pleno siglo XXI, seguimos repitiendo los mismos patrones: conflictos bélicos, terrorismo, explotación económica, destrucción medioambiental.
Me pregunto si la naturaleza humana es, en esencia, violenta o si hemos normalizado la barbarie como parte de nuestro ADN cultural. Cada día, las imágenes que vemos a través de los medios me sacuden. Nos resultan lejanas, casi rutinarias, pero pensar —solo por un instante— en lo que deben estar sintiendo esas personas inmersas en la guerra es estremecedor: dolor, pérdida, destrucción de sus hogares, frío, hambre, enfermedades… ¿qué significa «vivir» para ellos?
Vivimos bajo la ilusión del progreso, pero ese progreso lo hemos centrado exclusivamente en lo tecnológico. Y aunque es cierto que la tecnología ha salvado vidas —especialmente en medicina— también es verdad que ha abierto puertas oscuras: el mal uso de la inteligencia artificial, las armas autónomas, la manipulación genética. ¿Somos conscientes de que quizá nos estemos convirtiendo en nuestros propios verdugos?
La Tierra se desgasta a sí misma por nuestro consumo sin sentido. Hemos construido una sociedad que persigue el «tener» por encima del «ser». El planeta, e incluso el espacio que rodea al globo terráqueo, están llenos de basura, símbolo de una cultura donde se valora más lo acumulado que lo compartido, mientras más de la mitad de la población mundial sobrevive sin casi nada.
En la era de la hiperconectividad, las redes sociales nos acercan en apariencia, pero nos dividen en esencia. Nunca hubo tanto odio, tanta banalidad y tanta desconexión emocional.
Necesitamos urgentemente reformatear nuestros valores: educar en empatía, colaboración y ética. No es una utopía, es una cuestión de supervivencia. Hay que reiniciar el sistema económico y resetear el poder político, porque el modelo actual está agotado. La corrupción se ha normalizado, y la manipulación masiva, alimentada por la desinformación, es ya parte del paisaje. Quizás ha llegado el momento de repensar los modelos de gobierno.
También debemos reconfigurar nuestra relación con el planeta, porque la crisis climática avanza a una velocidad y con una fuerza que no podemos seguir ignorando. Y el ser humano tiene una responsabilidad directa sobre esa transformación.
La gran pregunta es: ¿estamos aún a tiempo? Necesitamos un cambio antes del colapso, pero estamos demasiado distraídos para darnos cuenta. Tal vez solo reaccionemos cuando la destrucción sea inminente.
¿De verdad hace falta llegar a un punto de inflexión global para que despertemos y decidamos resetear la humanidad?
Recordando la frase de Plauto/Hobbes, «El hombre es un lobo para el hombre», no quisiera pensar que nuestro destino es convertirnos en nuestros peores enemigos… hasta desaparecer.
Repasando la Biblia, da mucho que pensar la carta que Pablo le dirige a Timoteo hablando de los últimos días. Es inquietante. Dice:
«También debes saber que en los tiempos últimos vendrán días difíciles. Los hombres serán egoístas, amantes del dinero, orgullosos y vanidosos…».