Charlas escritas
Sin orden del día
Puedo tardar meses en volver, pero sé que, cuando lo haga, el Carrer Nou me seguirá atrayendo desde el recuerdo a las personas queridas que allí vivieron; y que todavía guarda... A Eugenio y a Pere debí decirles que uno se acostumbra a que no todos los supuestos lectores entiendan lo que quiere decir, y admite sin rodeos que el fallo sea propio al no acertar a explicarlo mejor. Como pudo ocurrir ayer, cuando en sesión oficiosa se reunieron en Can Bep, en torno a una mesa que uno la imaginó de mármol como las del mítico Café Gijón, una terna de ‘mercadalinos’ que comparten esa amistad que no requiere frecuencia, según la juzgó Borges. Y hablaron relajados del pasado, la familia, y las indisposiciones que los visitan, y sin aludir a la gerascofobia, que acaso abunde en la sombra. En su pegar la hebra hablaron de cercanías, y tras cotejar sus inquietudes y sentirlas con empatía, un contertulio puso su guinda al pastel y habló de la posteridad. No lo dijo así, pero le gustaría ser recordado como esos edificios que, pese a su antigüedad y con reformas, perduran en sus muros por las capas adheridas de sus papeles pintados desde la bonhomía, que quizá rebosen favorables en la retentiva de los sucesivos inquilinos por la manera con la que nos enfrentamos a las adversidades y, por la forma de sobreponernos, arrimando el hombro desde esa villa de céntrica equidistancia no siempre valorada. Al fin, se estimó la honradez como un mejor legado.
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