En sus orígenes griegos, tóxico era el veneno para emponzoñar las flechas, acepción que llega hasta nuestros días para calificar sustancias, relaciones o incluso personas cuya influencia es altamente perniciosa. La política no se libra de la ponzoña, y sus ejercientes, los políticos tóxicos, habitan en todos los partidos. Bien que por diferentes niveles de toxicidad Gabriel Le Senne, José Luis Ábalos, Carlos Mazón y, por encima de todos, Pedro Sánchez, son dañinos para sus organizaciones y, lo que es mucho peor, para la convivencia. En el caso de Le Senne, el perjuicio principal lo causa al PP que le mantiene en la presidencia del Parlament a pesar de su comportamiento, carente de las cualidades precisas para el desempeño de su elevada representación. Señalada la apertura de juicio oral por un presunto delito de odio, pendiente sin embargo de recurso ante instancia superior, el PP se niega a la remoción de Le Senne hasta no conocer el dictamen de la Audiencia. El tempo judicial no tiene nada que ver con el político y de lo que se trata es de una decisión política.
Ábalos, quien fuera todopoderoso número dos de Pedro Sánchez, supera en desfachatez incluso a aquel alto cargo del felipismo, Luis Roldán, que se retrataba en calzoncillos en pleno festejo con prostitutas en un hotel mallorquín. A diferencia del exministro de Fomento, Roldán no ponía piso a las señoritas, ni iban a sus viajes oficiales, ni las colocaba en una empresa pública para cobrar sin trabajar. Los sanchistas al parecer no se avergüenzan pero sí debe quedar algún antiguo socialista que se sienta sofocado. Cada día que pasa con Mazón al frente de la Generalitat Valenciana su partido añade peso a la losa del descrédito y ata las manos de Feijóo para exigir con mayor contundencia las responsabilidades de Sánchez en la tragedia de la dana. El partido más interesado en sostener a Mazón es Vox, que barrunta llenar un saco de votos con los apoyos que pierda el presidente. Este hombre ya perjudicó al líder del PP después de las elecciones autonómicas al precipitarse al pacto con Vox, que permitió al sanchismo sustentar su campaña del miedo a la ultraderecha. De haberse fijado en el mismo Sánchez, Mazón habría esperado y no se habría movido hasta después de las elecciones generales, como hizo Sánchez para organizar sus alianzas con Bildu y con los demás secesionistas y radicales.
De existir medidores de toxicidad política, Sánchez los habría reventado a base de engaños y mentiras a sus propios seguidores en primer término. Todos los compromisos acerca de lo que no podía ocurrir bajo ningún concepto han sido traicionados: indulto a los separatistas catalanes, derogación del delito de sedición, rebaja de la malversación de dinero público, amnistía por el intento de golpe de estado en Catalunya y la sumisión constante a las exigencias de los independentistas: quita de la deuda de la Generalitat, que pagarán todos los contribuyentes, acuerdo para el cupo catalán y, por fin, lo que el fugado Puigdemont califica de paso trascendental para dotarse de estructuras de estado, las competencias sobre fronteras e inmigración, que convierte a Pedro Sánchez en cómplice de la «extrema derecha racista». Lo ha dicho García-Page que, él sí, dice sentirse abochornado.