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De antiguo los seres humanos han aborrecido o simulado aborrecer la hipocresía más que ninguna otra maldad, y todos los filósofos, moralistas y satíricos, incluido el propio Jesucristo que les llamó sepulcros blanqueados, han abominado de los hipócritas como el colmo de la vileza. Si Harpagón, el avaro de Molière, da mucho asco, el hipócrita Tartufo, cuyo nombre es en nuestro diccionario de la RAE sinónimo de hipocresía y falsedad, da más asco todavía. Y bastante grima. Dante coloca a estos hipócritas en una fosa del octavo círculo del Infierno, inmediato ya al noveno de Lucifer y los traidores, porque pocas cosas son peores que un hipócrita en ejercicio. Ahora bien, parecido número de pensadores, no necesariamente satíricos, también desde antiguo (cuando no había sociólogos), conceden que algo de hipocresía a modo de suavizante es básica para la civilización. Como lo son la cortesía, la buena educación y las maneras, ya que sin dosis moderadas de falsedad y simulación, tanto las relaciones humanas como el orden social serían imposibles. Regresaríamos al salvajismo, y no al buen salvajismo de Rousseau. Y si bien en la actualidad hay tanta hipocresía como siempre, y se la detesta y critica igualmente, está a mi parecer muy mal repartida. Por algunos sitios sobra y por otros se diría que falta, de modo que se puede pensar que un poco más de hipocresía no estaría mal. La izquierda, sus restos mejor dicho, aún mantiene su clásica hipocresía de toda la vida, muy exagerada en algunos casos pese a los improperios y ataques digitales que recibe por ello, y lo mismo los clérigos, pero la derecha capitalista lleva ya tiempo perdiendo hipocresía a chorros. Por lo visto, no la necesita. Y aquí viene el drama, porque si la hipocresía es mala (asquerosa), nada de hipocresía es peor (pavoroso). Los últimos acontecimientos, nacionales e internacionales, prueban que según las derechas se vuelven más extremas y abandonan su secular hipocresía, crecen como la espuma los conflictos, el ambiente se vuelve asfixiante, y todo va de mal en peor. Mucha hipocresía es peor que ninguna, pero un poco es mejor que nada. A este paso, acabaremos en el noveno círculo del infierno. El último.