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Cuando vamos al médico solemos relatar un rosario de síntomas, que el facultativo reúne, relaciona y, con esos datos, llega al diagnóstico y después al tratamiento para la sanación. En la sociedad ocurre lo mismo, solo que a gran escala, pero nadie parece querer reunir los síntomas, mucho menos analizarlos para alcanzar el necesario equilibrio que no eche al traste nuestro bienestar. Hace días saltó la noticia que cifraba el absentismo laboral, cada vez más elevado en Balears, especialmente en la temporada alta y en el sector de la hostelería. Ya me parece oír a los de siempre diciendo que eso ocurre porque la gente es vaga y se vive mejor estando de baja. Le sigue la noticia de que las Islas han duplicado su gasto en medicamentos en una década. ¿De verdad son tan vagos o es que están enfermos y necesitan medicación para seguir dando el callo? Finalmente, la puntilla: los ictus se han disparado un 32 % en el último año. ¿Nadie ve lo que dice esta radiografía? Estamos mal, como conjunto, como sociedad. Muy mal. Lo que siempre fue la isla de la calma se ha transformado en un modelo típicamente contemporáneo, rápido, exigente, que coloca el dinero por encima de todas las demás variables que implican una buena vida. Dinero se genera, qué duda cabe, muchísimo. Después desaparece debajo de la alfombra, también hay que decirlo, se va en concepto de «solidaridad», aunque todos sabemos que la solidaridad ha de ser siempre voluntaria. Lo otro se llama expolio. Habría que ver a qué se parece más lo que hacemos aquí. Porque lo que vemos en la realidad más cercana es que ese esfuerzo descomunal para generar dinero no se ve recompensado en calidad de vida, en salud, tiempo libre y salarios elevados.