Inmediatamente después de saberse los resultados de los comicios, Friedrich Merz, el ganador de las pasadas elecciones alemanas, en la tradicional confrontación televisiva que celebran los pesos pesados de los partidos que formaran parte del Bundestag, llamada Elefantenrunde o «círculo de los elefantes», dijo estar en estrecho contacto con varios líderes europeos para «reforzar Europa lo antes posible para que podamos, paso a paso, conseguir la independencia» de Estados Unidos. Prioridad fortalecer Europa.
No es que haya ganado Die Linke (La Izquierda) y regresemos al yankee go home de los años 60 y 70 del siglo pasado. Es la constatación de la ruptura del orden universal forjado después de la derrota del nazismo en la Segunda Guerra Mundial. Merz, futuro canciller de Alemania, atlantista reconocido, pertenece al partido cristiano demócrata. Son detalles por si queremos seguir ahondando en la cuestión. Quizás, sus palabras sean lo más sensato que se haya dicho en el continente después de que Donald Trump y su «oscuro mariscal» Elon Musk declarasen la guerra a los europeos y a su modo de vida. El elefante americano entra en la cacharrería y pone patas arriba el entramado geopolítico.
Presenciamos acontecimientos insospechados hasta ahora. El mismo Merz, después de sacar la bandera de la independencia frente a Estados Unidos, dijo que: «Nunca pensé que diría esto en un programa de televisión».
En cierta ocasión, el premier británico Harold Macmillan había dicho que «por supuesto, si hubiéramos conseguido perder dos guerras, cancelar todas nuestras deudas, librarnos de todas nuestras obligaciones exteriores y no tener fuerzas desplazadas en el extranjero, seriamos tan ricos como Alemania». Harry Truman, después de que Alemania quedase devastada en la Segunda Guerra Mundial, ante la incredulidad de los aliados, decidió convertirla en su socio prioritario para reflotar la economía del continente y lo fió todo a la democracia cristiana para la recuperación. De ahí la trascendencia y simbolismo de las palabras de Merz.
La tecnoplutocracia que ha ocupado el Gobierno de EEUU piensa en el poder vertical de la tecnología como única forma de progreso, lejos del control democrático. Imaginan un poder centralizado que pueda competir en la esfera de los negocios con el capitalismo de Estado chino (El Sueño Chino) y la oligarquía rusa (Aférrense a Rusia). Europa les sobra porque impone control y cobra impuestos para mantener el Estado del bienestar. En consecuencia, apoyan a la extrema derecha. El economista griego Yanis Varoufakis habla de tecnofeudalismo, en un nuevo orden económico dominado por los monopolios tecnológicos, en que los ciudadanos son relegados a la condición de siervos. La planificación y los algoritmos elaborados por matemáticos, físicos e ingenieros se anteponen al control democrático.
Después del resultado de las elecciones alemanas, en los medios españoles, se ha reabierto el debate sobre el cordón sanitario a la extrema derecha. Es un debate falso, en Alemania la tradición de «grandes coaliciones», entre democristianos y socialdemócratas, se remonta al año 1966, con los líderes Kurt Kiesinger y Willy Brandt, sin ser una respuesta a la extrema derecha. En todo caso, por su propia historia, Alemania sea el país con mayor autoridad moral para levantar la voz contra los neo-nazis. En España, que también tiene su historia, hace tiempo que PP y Vox andan enmaridados. Es un debate a destiempo e intencionado y un recurso de periodismo simplón. Lo cierto es que recuperando el tema se pone a la extrema derecha en el centro de la discusión, cuando no es el actor principal. Allá cada uno con sus mochilas.