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Con tantas emociones incidiendo en el Sentimiento es aventurado saber algunas veces, por no decir muchas o siempre, cómo debemos actuar, fragmentados como se está de continuo frente a varias vías, cavilando cual es la mejor, como si de una partida de ajedrez se tratara. Incluso las personas determinantes, seguras de sí mismas, excluyendo cualquier incidencia esotérica, se detienen a sopesar ante una situación puntual las distintas opciones en aras de sonsacar cuál es la más oportuna. En resumidas cuentas, comprender el Sentimiento es tan complicado que, si le agregamos las enfermedades, las penurias y demás, a soportar, hacen la vida difícil, muy difícil, como me decía tiempo atrás una señora, absorta, precisamente por lo espinosa y compleja que le parecía, impresionada por su magnitud, mientras yo la observaba como un beodo, traspasándome su innegable y coherente afirmación hasta los mismos tuétanos.

 Uno hilvana a partir de esta evidencia que los autores del Cosmos, ante tan extrema dificultad, reconociendo que el Sentimiento terrenal oscurece a las claras la lectura del suyo, el Universal, entretejidos como están ambos en nuestro interior, decidieron poner, a su manera, una pica en la Tierra, enseñar, en suma, sus enunciados, con la aparición de un mensajero para comprender nosotros mejor las interioridades sentimentales que, repito, tienen difícil lectura y por consiguiente se nos escapan.

No es descabellada tal suposición. Ni mucho menos. Porque, ¿quién iba a pensar, veinte siglos atrás, que si uno recibe una bofetada y pone la otra mejilla en vez de abofetear al que se la ha dado, sería la mejor opción? Hay, claro, ahora matices que determinar, hay debate, … pero antes no lo había. La bofetada se debía responder con otra según los cánones terrenales. En fin, que el mundo interior no era reconocido. Ni siquiera existía la Psicología. «Dad y no tendréis» se convirtió en «Dad y recibiréis» o «El que quiera ser el primero que sea el último». Palabras incomprensibles por entonces, risibles en general, ahora ya no tanto.

Los universales pusieron a su modo la primera piedra, diríamos, del fundamento de nuestros continuos movimientos internos, en fin, de la Sentimentología, el tablero donde se desarrolla esta partida que es la vida, si bien no sabemos ni lo sabremos a ciencia cierta -y nunca mejor dicho- si nos jugamos la clasificación para la siguiente ronda universal en esta ronda terrestre, al fin y al cabo lo único que nos debe importar.

El resultado más resaltable del tema, propuesto por esta coletilla, es que el mundo moderno, sin niños y con perro, feliz por gozar de una grandiosa sanidad y trabajar poco en vez de currar mucho, como antes, con las premisas necesarias para la más absoluta recreación, sin un reverso, no quiere ni siquiera oír hablar de él, quiere en suma vivir despreocupadamente, sin adentrarse en profundidades, sin un libro de cuentas, sin autofiscalizarse, sin escuchar estos cuentos que cuento yo.