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«El Beso» es un cuadro pintado en 1908 por el pintor austriaco Gustav Klimt. O al menos lo era, ahora es un ‘piquito’ famoso de un tal Luis Rubiales que se ha transformado en trescientos mil por las veces que lo han puesto en la tele. «El Beso» de Klimt es su cuadro más famoso y se ha convertido en una imagen popular reproducida en ropa, productos de oficina, etc. Tanto es así que se puede adquirir una réplica en tela por la módica suma de sesenta euros, cuando el cuadro está valorado en más de cien millones de dólares. En cambio, «El Beso» fue adquirido por el Museo Belvedere de Viena por 25.000 coronas austriacas (unos 240.000 dólares actuales).

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Dicen que su realización se sitúa en el inicio de la época moderna, cuando las cosas cambiaron y el erotismo empezó a influenciar el arte y la sociedad. El cuadro resalta la postura dominante del hombre y sumisa de la mujer, lo cual no es en modo alguno acorde con la actualidad, cuando la mujer empieza a obtener un poco de igualdad. Aparte del de Rubiales hay otros besos famosos, como la fotografía de Víctor Jorgensen, titulada «Kissing the war goodbye», en la que el marinero George Mendonsa besa a la enfermera Greta Zimmer Friedman en Times Square el 14 de agosto de 1945, cuando se celebraba el final de la Segunda Guerra Mundial. Da la casualidad que ese beso fue también fotografiado por Alfred Eisenstaedt, que explicó en sus memorias: «Me fijé en un joven marinero que abrazaba y besaba a todas las mujeres que se cruzaban en su camino. Luego vi a la enfermera, parada entre la gente. Me concentré en ella, y como era de esperar, el marino se le acercó, la tomó en sus brazos y la besó». Un beso que inmortalizó un momento irrepetible. Al parecer lo de Rubiales tampoco se puede repetir fácilmente.

En todo eso se echa de ver que las cosas han cambiado. Seguramente entre nosotros han cambiado más despacio, porque yo recuerdo que en mi niñez los besos se eliminaban de las películas, allá en el cine del colegio. Los labios se acercaban y luego se separaban sin contacto. Recuerdo también que una vez, al anochecer, una pareja se besaba en una esquina, bajo la luz de un farol, como en la canción Lili Marlene, y alguien se puso a gritar a voz en cuello que era una indecencia, que ya sabía quiénes eran los novios y que a sus padres les caería la cara de vergüenza. Entonces, cuando las parejas bailaban, podía pasar un tren entre ellos, y ahora en cambio saludamos a las mujeres con un par de besos en las mejillas. O tres.