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Parto de la conocida máxima: «en la selva no manda el más fuerte, sino el mejor informado». Podría referirme a muchas selvas como la de nuestra actual vida política (1), pero me centro en la situada entre la Cordillera Oriental colombiana y el lago Maracaibo venezolano. De unos 5.000 kilómetros cuadrados, 300.000 habitantes repartidos entre 13 municipios. Zona rica en plantaciones de coca, por cuyo control se enfrentan violentamente el ELN y restos de las FARC, a caballo de la indefinida frontera entre Colombia y Venezuela. Estos encuentros ocasionaron a mitad de enero, 80 muertos y el desplazamiento forzoso de 32.000 personas. La colombiana defensora del pueblo Iris Marín, marcando diferencias con el presidente de la República Petro, en plena fase de negociaciones de paz, declaró que «estas acciones sellan la muerte política del ELN, que ha demostrado una crueldad sin precedentes y han engañado al Estado». Siento disentir de Marín: estos movimientos terroristas han sido crueles y han engañado al estado, siempre, desde sus comienzos.

Ya planteé en tribuna anterior (2) el tema de santuarios terroristas en países vecinos, en este caso de grupos colombianos en la cercana Venezuela. Porque el Gobierno de Petro se pregunta cómo se desplazaron terroristas del ELN entre Arauca y Catatumbo sin ser detectadas por sus Fuerzas Militares. Entre las capitales de estos departamentos Arauca y Cúcuta, hay 275 kilómetros y entre esta ciudad y Tibú donde se han producido los hechos, otros 114. La respuesta la ha dado la Inteligencia militar que ha demostrado que estas fuerzas transitaron con total impunidad por los estados venezolanos de Táchira y Zulia hasta llegar al norte de Catatumbo. Lo denunció el canciller colombiano Gilberto Murillo ante NN.UU. exigiendo «que Venezuela controle los pasos ilegales en la frontera usados para cometer crímenes en la región colombiana». Difícil papeleta para el presidente colombiano Petro y su teórico sueño de «paz total» prometido al llegar a la presidencia.

Como he referido la importante labor de inteligencia de las Fuerzas Militares colombianas, me detendré en detalles de la conocida Operación Jaque que permitió la liberación de Ingrid Betancourt y otros 14 secuestrados en el departamento de Guaviare, sur de Colombia, en julio de 2008. Lo cito como ejemplo de un buen ejercicio de inteligencia, magnífica lección aprendida. Porque su ejecución entrañaba no utilizar armas, por no arriesgar la vida de los secuestrados, blancos fáciles ante cualquier amenaza de liberación militar. El riesgo lo asumían los libertadores. Se partía de la información obtenida en los ordenadores de Raúl Reyes y del buen trabajo de localización de unos equipos de fuerzas especiales, infiltrados sobre el terreno.

Pero la raíz del operativo, nace del modesto y anónimo trabajo de dos mujeres, operadoras de radio, (’radistas’ en el lenguaje operativo) atentas, horas tras horas, días tras días, de las comunicaciones entre frentes de las FARC. El largo tiempo de escuchas y análisis, descifrando códigos, verificando frecuentes saltos de frecuencia, protocolos de comunicación e incluso el tono de voz y expresiones habituales de cada una de las operadoras a las que ponían cara e incluso nombre, dijeron ser capaces de suplantar sus voces. Y decidieron hacerlo entre las ‘radistas’ del Mono Jojoy máximo jefe de las FARC y de César, el comandante del Frente Primero que retenía a los 15 secuestrados. La maniobra implicaba que India, ‘radista’ del Frente Primero se cambiara a otra frecuencia, donde recibió instrucciones de otra supuesta de Jojoy, en realidad una operadora del Ejército: «reunir a todos los secuestrados para entregarlos a una misión humanitaria internacional que se desplazaría en helicópteros».

El arriesgado mecanismo operativo funcionó, no sin riesgos. Dos MI 17 del Ejército pintados de blanco y rojo trasladaron a una supuesta comisión internacional humanitaria en la que destacó el papel del entonces Capitán Médico Juan Carlos Gómez que repartió medicinas a enfermos de las FARC. Tan bien lo hicieron, que la propia Ingrid Betancourt -detectó que no eran europeos- era reacia a embarcar, hasta que un mayor gritó «¡somos el Ejército de Colombia!». Creía que se trataba de una operación tipo Chávez, tipo Cuba, que los recogía para ‘hacerlos desaparecer’ al más puro estilo de las dictaduras comunistas. Una amplia cobertura, con apoyo norteamericano (avión plataforma de comunicaciones y un moderno sistema instalado en el casco de los pilotos), junto a 30 helicópteros ubicados en bases cercanas con tropas colombianas, debían garantizar la operación.

Bien sabemos en España lo que cuesta acabar con un grupo terrorista y las aristas que cualquier proceso de paz conlleva. Solo sociedades fuertes con unas Fuerzas Armadas bien estructuradas con apoyo de su sociedad, pueden hacerlo. Sobre todo, cuando cuenta con héroes anónimos como las ‘radistas’ del Ejército colombiano (3).

1. Máxima perfectamente interpretada en Moncloa.
2. «Albergar al terrorista» La Razón, 30 enero 2025.
3. Conocida la frase atribuida a Spengler: «A última hora siempre ha sido un pelotón de soldados el que ha salvado la civilización».

* Artículo publicado en «La Razón» el jueves 6 de febrero de 2025.