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A diferencia del extensísimo listado de monstruos, diablos, quimeras y espíritus malignos del arte,  la literatura, las mitologías y el folklore, a los que conocemos con lujo de detalles (garras, dientes, tentáculos, etc.), y que incluso en el caso del monstruo invisible sabemos a qué se dedican (a hacer monstruosidades), del monstruo locuaz, que es un monstruo emergente, lo ignoramos casi todo. No se les ve venir, su aspecto puede ser cualquiera, suelen pasar desapercibidos, y la mayoría no hacen nada salvo hablar. Hacen declaraciones. Luego, tras perpetrar la monstruosidad, huyen dejando un rastro muy hediondo. Se van de rositas.

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No tienen las bocas muy infladas, como los antebrazos de Popeye, ni serpientes en la cabeza como la Gorgona que te mataba con la mirada, ni escupen fuego como los dragones. Escupen oraciones subordinadas. Subordinadas a su monstruosidad, claro está. Tampoco poseen unas fauces llenas de dientes, sino de vocablos, ni tentáculos asfixiantes, a no ser que tomemos por tales sus adverbios. Los monstruos locuaces y vehementes, especie nueva de gran actualidad, ni siquiera tienen electrodos en las sienes como el monstruo de Frankenstein, si bien en ocasiones, debido a su vehemencia, se les hinchan las venas del cuello como saurios prehistóricos. Por supuesto, no se dedican a arrancar la ropa de las mujeres como hacían a mitad del siglo pasado ciertos monstruos extraterrestres (verdes), al contrario, las cubren de un vómito verbal asqueroso. Y tampoco se te meten por la boca como el monstruo de «Alien» a fin de reproducirse; eso lo hacen por los oídos, donde se pegan igual que lapas gigantescas. ¡Con patas!

Alguien puede pensar que si solo hacen declaraciones, estos monstruos emergentes son muy inofensivos. Habladurías, solo palabras. Grave error, y de los candorosos. Porque el mundo no está hecho de átomos, sino precisamente de palabras, que reunidas en sintagmas igual que partículas elementales, configuran la realidad. Y a eso se dedican estos monstruos locuaces, de lengua más larga que el cuerpo. A decirlas gordas. Notarán que les hago el favor de no citar a ninguno por su nombre. Seguro que ya conocen muchos, y a los más notables.