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Esta mañana de regreso del ordeño de las vacas, di de comer a las palomas mensajeras sin olvidarme de los buches, por cierto al hacer recuento    echo en falta al que llamo «indio» el galán del palomar. Debió salir tras la paloma mensajera a la que prendí en su cola una pluma suelta de color blanco. Él buche más intrépido debió saltar de su puesto tras ella, persiguiéndola, Dios sabe hasta dónde. Dice el filatero que no me preocupe, que se repetirá lo de siempre, dentro de dos o tres días ambos regresarán, no en vano aquí disponen de pienso, agua y el maíz que tanto les agrada.

El mayoral buen conocedor de los calamiformes, me recuerda que no me olvide de las tórtolas, mientras recuerdo que el palomo salvaje suele ser presa fácil de los halcones, los cuales había en nuestro aeropuerto para ahuyentar es coloms.

Durante el desayuno, la conversación continuó en torno al tema, recuerdo que en mi infancia gocé de las aves que mi padrino Paco de Sa Sínia des Muret era un forofo, incluso disponía de varios muy reconocidos entre los aficionados, todos los sábados se solían encontrar dalt es coster o sea sobre la cueva de la que es posible que alguno de ustedes haya escuchado hablar, del Hospital de Sangre, siendo usada como cárcel, se hallaba en aquel lugar,    Noria des Muret, situada en lo alto de la Cala Figuera sobre la cual es posible haya comentado en demasiadas ocasiones.

Reconozco que ha sido un atrevimiento por mi parte intentar escribir de un tema, del cual jamás he estudiado, lo poquito que sé es por haberlo vivido, igualmente recuerdo que don Antonio Roca Bofill, meritorio doctor que fue en su época y mejor persona que jamás he de olvidar, siendo el médico de cabecera de mi familia, se presentó para visitar a uno de mis primos que padecía una fuerte gripe, lo hizo acompañado de su hijo Vicente Roca Montanari, pasando unas vacaciones de la facultad de medicina. Tal fue el interés que mostró al observar    el    palomar de mi padrino, que este le regaló una pareja.