Mi madre sufre demencia, por lo que hemos tenido que tomar las riendas de su día a día. Nada que no hubiese hecho ella por nosotros. Entre las ocupaciones diarias ordinarias, vamos encontrando otras que debimos descubrir antes, posibles alarmas no detectadas y entre tanta impotencia, algunas desagradables sorpresas que deberían ser denunciables.
En esta Tribuna quería dar luz a una cuestión que, en sumo grado, afecta a muchos de los jubilados de nuestro país. Es habitual que los mayores de casa mencionen lo tranquilos que están por no dejarnos cargas a la hora de tener que hacer frente a los costes que supone una defunción. Años pagando su seguro para cubrir todos los importes implícitos a un fallecimiento. En muchos casos empiezan abonando pequeñas mensualidades, al casarse y, según van llegando a la vejez, los cargos ascienden considerablemente. Al reclamar explicaciones un «cuanto más longevo, mayor el riesgo a asumir por el seguro», sin importar ni cotejar los muchos años abonados, en la mayoría de las ocasiones superando, con creces, el importe necesario para cubrir cualquier partida asegurada.
Si el coste medio de un entierro y los gastos asociados en nuestra ciudad rondan los 3.500 euros, en un plazo cercano a los cuatro años es posible haber logrado un rincón asignado a este desagradable trámite. Haga usted mismo los números, según su edad.
Esperemos que las leyes cambien a favor de los usuarios; lo sé, difícil. O que las compañías sean más empáticas; lo sé, soy demasiado ingenuo. Aunque siempre podemos esperar que comprendan, tanto unos, como los otros que rectificar es de sabios.