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Antiguamente, ser fascista era una condición mucho más específica que en nuestros tiempos. De hecho es muy posible que sea usted, querido lector, un fascista sin saberlo (y sin pretenderlo). A mí me ha sucedido esa desgracia.

Hace poco acudí a un catalogador de la denominación de origen ‘facha’ para que me aclarase si yo era uno de ellos. Me preocupaba el asunto, pues los progres (y todos asumimos que detentan la verdad) tachaban de fascistas a gentes que en algunos aspectos muy concretos pensaban como yo.

Ante mi consulta, el especialista, no muy amigablemente por cierto, me sometió a un interrogatorio.

- ¿Se siente usted fascista?

- Mire, yo siempre he detestado a Mussolini y todo lo que representa.

- Eso no significa nada. A ver, exploremos algunos extremos. ¿Está usted en contra de los enchufes?

-Comprendo que existan porque somos humanos, pero reconozco que son deplorables. Estoy en contra de ellos, sí.

- Pero, vamos a ver, ¿incluye usted en ese juicio de valor al hermano y a la esposa del actual amado líder?

- Pues la verdad es que sí.

- Entonces usted es claramente fascista. Ahora solo queda evaluar el grado.

- ¡Joder!

- ¿Usted prefiere posicionarse ante algo acudiendo a su magín o se limita a comprobar si su opinión se ajusta al argumentario establecido por el amado líder de turno?

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- Si le soy sincero suelo intentar comprender. Principalmente indago quién sale beneficiado en la situación evaluada, busco antecedentes y consecuencias. Observo lo que opinan al respecto los distintos bandos afectados, escucho a los estudiosos de la materia de que se trate. Desconfío de los que reciben dinero o prebendas a cambio de opinar en un sentido concreto. Las consignas, los lemas me dejan más bien frío, debo reconocer.

- Lo suyo es grave. Su nivel de fango es preocupante. Espero que no sea usted de los que por ejemplo opinan que el estado no debiera financiar la televisión pública o algunos periódicos en franco declive.

- Empiezo a acojonarme porque debo confesar que me molesta mucho que el dinero de mis impuestos vaya a sitios que solo sirven para alabar a quien los financia, y eso incluye no solo a los medios que usted menciona sino a muchas otras instituciones, cargos y chiringuitos varios.

- Esto ya ha ido demasiado lejos, no siga por ahí o tendré que avisar al comando antifa para que le amoneste ahora mismo.

- Le ruego no lo haga. He venido a curarme. No es a propósito; se empieza por dudar de la bondad del sistema de partidos y se acaba por no amar al amado líder. El proceso resulta un tobogán imparable, y mira que intento creer en la palabra del Fiscal General del gran jefe y en la señora Alegría, pero no hay manera; cuando les oigo me suena todo a teatro y a burla. En fin, ayúdeme a volver a la senda justa, se lo ruego.

- Para lo suyo solo veo una solución: la reeducación.

Reflexioné y decidí seguir el consejo del sanador de tibios. Me sometí a un tratamiento intensivo.

Y he de decir que estoy muy contento.

Ahora trago sin problemas lo que me cuenta Inchaurrondo; disfruto escuchando a Patxi cuando lo ve todo tan natural; aplaudo las ocurrencias de Yolanda (mi preferida sigue siendo la de la huida    de los ricos en cohetes, pero no dejo de valorar todas sus otras aportaciones); apruebo que en Moncloa se pongan y quiten presidentes de empresas del Ibex. Ahora comprendo que la acción popular era buena cuando se ejercía contra Urdangarín o contra la corrupción del PP, pero es fatal (de hecho hay que suprimirla) cuando se investiga al amado líder actual o a sus allegados.

Ahora comprendo que darle con un martillo a los ordenadores de Génova era una despreciable maniobra de destrucción de pruebas, mientras que cambiar de móvil o borrar wassaps en Ferraz es prueba de que no hay nada y que habría que pedir perdón a los afectados por haber sido tan mal pensados.

Ahora en definitiva es todo mucho más fácil. Ya nadie me acusa de nazi ni de fascista. He desconectado mis dispositivos de internet y así no me arriesgo a que me coman la cabeza ni me cuenten mentiras. Me lo paso pipa con las bromas de Wyoming. En definitiva: he encontrado la paz.

Ya soy de los buenos.