Al Servicio de Urgencias del H. Mateu Orfila. Chapeau!
Hay cosas que no os enseñaron. Por ejemplo, a observar. En la sala de espera de urgencias, un paciente está inquieto y otro sereno. El primero ha visto. Solo eso. El segundo ha observado. El primero, en la espera, sí, ha visto pasar camillas... ¿Cuántas? El segundo ha observado... Han sido doce (¡doce!). Y ha ido más allá. Sabe que de esos doce enfermos graves, diez eran ancianos y únicamente tres iban acompañados. Como es consciente de que en cada una de esas camas con ruedas yacía un paciente en situación crítica. Por eso reconoce que lo suyo no es prioritario y sí lo ajeno. Y aguarda su turno con respeto. El primero no hace más que incordiar a la enfermera de admisiones: «¿Qué hay de lo mío?». Y cuando la susodicha se refiere a esos doce preferentes que él ha visto pasar –sin observarlos– se queda boquiabierto, como si la pobre funcionaria le estuviera contando una milonga... ¡Ojalá –extrapolando– los políticos observaran a los ciudadanos, especialmente a los más desasistidos y no vieran únicamente el grosor de la moqueta de su efímero despacho!
Tampoco os mostraron a cuestionar las cosas malévolas que os cotilleaban sobre otros. Dais automáticamente por sentado que lo contado es verídico, cuando, generalmente, tan solo es calumnia y calumnia que mata... Esa que antes solo se circunscribía a los patios vecinales y que medró y se expandió gracias a los whatsApps e Internet. La misma difamación que aún engordará más cuando se elabore con I.A. Podrá ocurrir entonces que circule por las redes una fotografía de usted (que no será usted), en calzoncillos, colgado de la Torre Eiffel, borracho, con un gorrito de nochevieja y dándole a una zambomba, cuando usted, en realidad, jamás habrá estado en París. «¡Calumnia que algo queda!». ¡Pues anda que con la I.A.!
2 Nadie os adiestró –sigamos– en el arte de pronunciar a tiempo un contundente «No»; a optar por el Pluto angelito y no por el demoníaco (brillante metáfora de la conciencia y de la libertad en los dibujos animados de tu época); a priorizar la vocación ante el cash a la hora de escoger una profesión; a salvaguardar la buena educación, no viéndola como algo desfasado, sino como aquel conjunto de actitudes que mejoran la vida; a reconocer vuestra fragilidad (lo que impediría a algunos creerse inmortales dioses en pos del poder y del dinero); a que el principio no justifica los medios y a entender que los sueños más tristes son los que, siendo factibles, se quedan en eso: en sueños...
Si os hubieran adiestrado más en lo dicho nadie jugaría hoy con las necesidades de los más débiles en partidas de póker con tahúres que las utilizan para perpetuarse en el poder, empecinados (como se empecinan los pijos niños consentidos) en salirse siempre con la suya o en hacer del mal ganancia/propaganda propias... Tal vez Trump no hubiera ganado unas elecciones, ni cuatro o cinco psicópatas tendrían en vilo al mundo en su totalidad...
Hasta puede que dejarais de ver a un inmigrante, para observarlo, comprenderlo y abrazarlo. Puede que llegarais, incluso, a conocer su nombre... Puede que cambiaran, para bien, tantas y tantas cosas... ¡Qué triste, a la postre, quedarse, siempre, en la mera visión!