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Me atrevo a sumarme a reflexiones estratégicas, formulados por expertos militares o civiles, aún sin digerir los decretos de Trump y la renovada alianza Putin-Yin Pi, consciente de mis limitaciones de acceso a fuentes de información seguras, apoyado solo en mis años de experiencia y en lecciones extraídas del libro de la Historia.

Parto de hechos constatados:

- Vivimos las consecuencias del mal cierre de la Guerra Fría, a semejanza del vengativo cierre de la Primera Guerra Mundial, que nos llevó a la Segunda.

- Japón entró en esta Segunda Guerra cuando se le ahogaron sus fuentes de suministro y se colapsó su economía. Decidieron que era mejor morir luchando, que morir de hambre.

Aprendidas las lecciones, tras el final de la Segunda Guerra Mundial, se intentó no repetir errores. Dos ejemplos:

Paralelamente a un proceso exigiendo responsabilidades a los vencidos (Nuremberg, tribunal de vencedores) se desarrolló el Plan Marshall, que evitó que millones de personas muriesen de frío o de hambre, a la vez que daba salida a una extraordinaria producción pensada en alimentar una guerra, que se reorientó y reconvirtió en maquinaria para alimentar una paz.

El segundo ejemplo lo constituye la CECA (Comunidad Europea del Carbón y del Acero), que no nació como iniciativa puramente empresarial, sino que buscaba poner fin a sucesivas guerras francoalemanas, para integrar Alsacia y Lorena, dos regiones precisamente ricas en minas de carbón y de hierro. Hoy, constituye uno de los pilares históricos sobre los que se asienta la Unión Europea.

¿Qué se hizo al final de la Guerra Fría? Desde luego, no lo suficiente para evitar que parte de una disuelta URSS se sintiese herida. Ucrania no es el único caso. Se hizo del final de aquel soterrado conflicto, la victoria de un grupo determinado de aliados, EEUU al frente. Y los supuestamente vencidos se sintieron heridos, como los alemanes en 1919. Gestionar victorias es casi tan difícil como gestionar derrotas. Wellington decía a mediados de junio de 1815 tras su victoria sobre Napoleón en Waterloo: «Salvo una batalla perdida, no hay nada más triste que una batalla ganada». Pensaba en el enorme coste de haber sufrido 24.000 bajas, sin que le sirviesen de consuelo las también dramáticas 40.000 de su enemigo.

Lo de Japón abarca bastante más que Pearl Harbor y las bombas atómicas lanzadas por los norteamericanos en 1945. Desde 1931 el «Imperio del Sol naciente» venía desarrollando una política expansiva, vital para su población, que ellos denominaban de «autodefensa» y «autopreservación». Ello le había llevado a conquistar Manchuria en este año y en el invierno 1941-1942 Filipinas, Vietnam, Laos y Camboya francesas y Singapur, en busca de materias primas, especialmente yacimientos petrolíferos de las Indias Orientales Neerlandesas. Consecuentemente en junio de 1941 Roosevelt había ordenado la congelación de todos los activos japoneses en Estados Unidos y el embargo de petróleo. En la conocida «Nota Hull»1 del 26 de noviembre de 1941, mandaban un ultimátum a Japón exigiendo su retirada de Indochina y China y su ruptura con la Alemania de Hitler. Once días después, el domingo 7 de diciembre de 1941, los japoneses atacaban Pearl Harbor 2.

Hemos hablado de heridas, que van desde sentimientos históricos, religiosos, territoriales o patrióticos, hasta las económicas que incluyen congelación de activos, embargos, accesos a fuentes de energía, hambre en poblaciones. ¡Tantas formas de generar guerras!

Hoy, aparecen en los análisis estratégicos, junto a los históricos «puntos de paso obligado» como Suez, el Mar Rojo o Panamá, otras zonas de posibles enfrentamientos. Y no solo la reiterada de Taiwán. China e incluso Rusia necesitan el acceso al Pacífico Oriental que pasa por las costas occidentales de la Isla y por el estrecho de Malaca controlado por aliados de los EEUU.

Relacionado con el deshielo del Ártico ganan fuerza las bases en Groenlandia en la que opera el consorcio minero australiano-chino Kvanefjeld, provocando las conocidas reacciones de Trump 3.

Y el conocido «Corredor Lobito» -consorcio Singapur-Portugal-Bélgica, intenta dar salida desde el puerto angolano, a las explotaciones del «cinturón de cobre», cobalto y coltán incluidos, de Zambia, Tanzania y la República Centroafricana en competición con China. Porque el gigante oriental -nueva Ruta de la Seda- no solo se asienta en África sino también en Sudamérica. Su multimillonaria inversión en el puerto de Chancay al norte de Lima, dará salida a las ricas «tierras raras» no solo peruanas sino de Chile, Bolivia, Ecuador y Colombia.

Si ante la amenaza de una «guerra comercial global» prevalece el libre comercio, no se ahogan economías y se prioriza el bien de las personas -migraciones y hambre incluidas- sobre intereses industriales, puede que acabemos el año bien.

No obstante, siento una gran incertidumbre.

1 Lleva el nombre del Secretario de Estado Cordell Hull

2 Días antes de la «Nota», desde las Kuriles, había zarpado la flota japonesa que atacaría Pearl Harbor.

3 Dinamarca ya vendió a EEUU en 1917 las islas Vírgenes caribeñas por 25 millones de dólares.

* Artículo publicado en «La Razón» el jueves 23 de enero de 2025.