El panorama económico para el año 2025 se define, más que nunca, con una palabra: incertidumbre. Si cada vez resulta más difícil realizar pronósticos ajustados sobre la evolución de la economía (no se crean a quienes dicen saberlo todo), cuando se producen factores que pueden ser desestabilizadores esa realidad todavía se complica más. Diferentes analistas realizan sus augurios a partir de los datos conocidos, y a tenor de informaciones más o menos precisas que pueden condicionar el futuro inmediato. Pero nadie sensato tiene certezas. Por nuestra parte, vemos unos pilares clave que, a nuestro entender, van a condicionar la trayectoria de la economía mundial en diferentes vectores (inflación, déficits, apertura comercial, etc.).
Un primer elemento a tener en cuenta es el cambio en Estados Unidos. Este se encuentra presidido por la mayor de las incertidumbres, toda vez que va a condicionar las otras dos, muy transversales: el desarrollo europeo y las relaciones con China y Rusia. El presidente electo Trump ha planteado tres vías concretas en relación a la política económica que piensa implementar: proteccionismo económico, utilizando los aranceles –60 % para China y 30 % para Europa, por ejemplo–; rebajas importantes de impuestos, consagradas sobre todo a los segmentos de mayor renta; y expulsión de inmigrantes, lo que está generando una gran alarma en México.
Los corolarios de esto, si se aplicaran esas medidas aunque fuera de manera parcial, tendrían resultados que podemos anotar como tendenciales: reducción del comercio internacional, repuntes de la inflación en Estados Unidos, impactos directos sobre la política monetaria –subidas de tipos de interés– e incremento tanto del déficit comercial como del déficit fiscal de Estados Unidos. Es, de alguna manera, inducir a una recesión de forma gratuita, por estrictos preceptos ideológicos, recogidos en esa frase de hacer América grande de nuevo.
Las consecuencias sobre Europa y en las relaciones con Rusia y China serán previsiblemente relevantes. Las medidas económicas de Trump van a fortalecer el dólar frente al euro, con lo que las compras energéticas de Europa –que se sufragan en dólares– se podrían encarecer. Al mismo tiempo, los aranceles inferirán respuestas parecidas en otros países, que a su vez subirán esas tarifas para sus importaciones con Estados Unidos. Estaríamos por tanto ante una caída de la apertura comercial. En tal contexto convulso, la Unión Europea debería mantener un claro principio de unidad de acción, de cohesión tanto en política diplomática como económica, máxime teniendo en cuenta no solo la actitud de Trump, sino también la de los mandatarios ruso y chino. Y todo ello en un escenario bélico en el corazón europeo, y con despliegues militares rusos en el Báltico; más el avance integrista de Israel en Oriente próximo, que puede condicionar, en clave económica, la evolución del precio del petróleo. Un polvorín.
En economía podemos medir el riesgo. Pero no la incertidumbre. Abrimos un año muy incierto. De manera que no queda otra más que trabajar con probabilidades, algo que ya nos enseñó el gran físico cuántico Heisenberg.