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Una previa. Si cree que voy a defender al dictador no siga leyendo, más que nada porque yo no he perdido ni un minuto en justificarme. Arias Navarro dio la noticia de la muerte de Franco en blanco y negro cuando todo quisqui miraba un solo canal. De ello hará cincuenta años el noviembre del presente.

A partir de ahí, empezó todo el proceso hacia la transición democrática con hitos como la legalización del partido comunista, la amnistía, las elecciones democráticas, la Constitución Española y hasta la remontada de un fallido golpe de Estado. Ahora, el Gobierno ha decidido celebrar la muerte del dictador con una serie de actos institucionales y festejos. Por el camino nos hemos saltado cuarenta y nueve efemérides, pero oiga, este año toca. Es indudable que este país empezó a abrirse con la muerte del jefe del estado dictatorial, no obstante, me parece feo de narices celebrar la muerte de alguien y de manera institucional por muy deleznable que sea. Porque un país que derogó la pena de muerte, no puede festejar el fallecimiento de alguien, no es coherente. Hay cosas que se celebran en privado y no con todos los fastos, la pompa y la grandeza que pone un Estado, más aún cuando los que gobiernan se llenan la boca de leyes de memoria democrática. Esto es remover el barro, solo en una dirección y con mal gusto. La muerte no es una fiesta.