La guerra sigue mostrando como siempre, sus caras más trágicas, cuando comenzamos un año lleno de incertidumbres. De hecho, los analistas no encuentran grandes cambios en la conducción de la guerra de liberación de Ucrania contra Rusia, ni en la represión israelí contra los grupos terroristas que provocaron aquel 7 de octubre, salvo en la aparición de nuevas tecnologías que se asientan en el campo de batalla.
Del conflicto ucraniano, se constata el poco uso de la aviación de combate por parte de Rusia. Fracasó su ataque relámpago, porque las unidades acorazadas no avanzaban por falta -entre otras razones- de suficiente cobertura aérea. El caso de Israel es diferente, toda vez que ha tenido que «alargar sus brazos defensivos» no solo a los territorios inmediatos -Líbano y Gaza- sino a frentes más alejados como Siria o Yemen.
Pero nada debe sorprendernos. En la guerra del Alto Karabaj que enfrentó a Armenia con Azerbaiyán en el otoño de 2020, ya supimos lo que significaba el término «enjambre de drones». Armenia había sido arrollada con UAV, (1) de factura israelí y turca con mención especial al entonces desconocido Bayraktar en sus diferentes versiones. En 2023, a pesar de que desde dos años antes, Israel había desplegado una serie de todo terrenos robotizados a lo largo de su frontera con Gaza, el 7 de octubre la «casi infalible» cúpula de hierro israelí no funcionó como se esperaba. Hamás, que disponía de cohetes de corto alcance Qassam, de aproximadamente diez kilómetros y unos pocos de medio alcance que les permitirían alcanzar Jerusalén y Tel Aviv-, pudo disparar 3.200 cohetes en rápida cadencia y poco espacio de tiempo, aspecto que desbordó la capacidad de respuesta de los lanzadores del sistema israelí.
Volviendo a la guerra en Ucrania, se conoce perfectamente la influencia de las modernas tecnologías, de la mano de empresas del sector mayormente norteamericanas, utilizando Inteligencia Artificial (IA). Al comienzo del ataque ruso, ya las tropas ucranianas utilizaron equipos con visión nocturna e IA, dotados a su vez de algoritmos que permitieron identificar y destruir objetivos críticos como los camiones de combustible. Un ataque coordinado con drones equipados con pequeñas cargas explosivas, inmovilizaron toda la cadena logística que alimentaba a las fuerzas de primera línea. También la empresa Starlink propiedad del inefable Elon Musk, proporciona señal satélite a los sistemas informáticos del ejército ucraniano que operan con todo tipo de sistemas UAV en el frente de batalla. Sin el apoyo del empresario, difícilmente hubieran logrado los éxitos alcanzados. Por supuesto otras empresas se han sumado a estos éxitos: Maxar, Iceye o Black Sky que han desarrollado técnicas y procedimientos para protegerse de ataques rusos en el dominio de las tecnologías de la información (IT), con especial soporte de Amazón, migrando las bases de información de la estructura gubernamental ucraniana a la nube, quedando a salvo de posibles ataques rusos. También Microsoft puso a disposición del gobierno ucraniano los últimos desarrollos en tecnologías de ciberseguridad. Ello entraña una «dependencia brutal» (2) de empresas privadas a la acción de un Estado considerado de derecho, es decir obligado a respetar normas del Derecho Internacional y Convenios Internacionales sobre la guerra. Es el tiempo de los «contractors» más que de los simples mercenarios como fueron los «Black Water» norteamericanos en Iraq o los «Wagner» rusos en varios conflictos de África y en la misma Ucrania.
En resumen, diría que en el campo de batalla actual, emerge una vanguardia tecnológica que redefine los parámetros de la guerra moderna. Su capacidad para procesar datos a velocidades vertiginosas, anticipar movimientos del enemigo y optimizar recursos tácticos, la convierten en un activo importante. En teoría, deben optimizar la toma de decisiones, analizando grandes cantidades de datos y proporcionando análisis rápidos y precisos, incluso con capacidad prospectiva para estimar posibles efectos. Pero en la práctica vemos que el conflicto se deshumaniza cada día más.
Aunque la figura no es nueva y ya la vimos al final de la Segunda Guerra Mundial en Colonia, Friburgo, Dresde o Hamburgo y no digamos en Hiroshima y Nagasaki, se confunde el concepto de conquistar por el de arrasar. Y me temo que cuando se busquen responsables de derribar un avión de Azerbaiyán Airlines que volaba rumbo a Grozni o de arrasar hospitales o colegios en Gaza -por muchas razones que se esgriman buscando rehenes- se culpe a la máquina, a los algoritmos. Porque en la toma de decisiones inmediatas, sin tiempo para que un ser humano pueda calibrarlas, el automatismo las deshumaniza. Lo resume perfectamente el TCOL Diego Jiménez (3 ): «El uso de algoritmos para la selección de objetivos, plantea dilemas éticos sobre la proporcionalidad y responsabilidad».
O acotamos el campo, o volveremos a la selva.
(1) UAV. Unnamed Aerial Vehicles.
(2) . Sigo el magnífico trabajo del Coronel Raul Suevos.
«Ejército». nº986. Octubre 2023
(3) Revista «Ejército» nº990 Mayo 2024.