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Un líder político responsable es un dirigente capaz de mediar entre el pasado y el futuro. Capaz de discernir qué parte de la herencia histórica de su país merece la pena conservar y qué parte de lastre hay que soltar. Es maestro a la hora de tantear el límite y si propone una idea rompedora con la corriente principal de opinión la somete al escrutinio de los ciudadanos. Sucedió con el arriesgado cambio de Felipe González en relación con la pertenencia de España a la OTAN. Planteó un giro político copernicano. Donde el PSOE había dicho: «OTAN, de entrada, no», pasaron a un «sí» a la Alianza Atlántica. Con todas sus consecuencias.

Pero Felipe dio la talla como líder responsable convocando un referéndum. La mayoría de los españoles apoyaron aquella decisión. Felipe ganó el pulso y aquel triunfo cimentó definitivamente su liderazgo pero jugó limpio porque podía haber perdido. Supo mediar entre el pasado y el futuro introduciendo a España en una alianza militar formada por países democráticos que a la postre se ha revelado providencial -por disuasoria- para asegurar la paz en Europa. Este largo apunte recala en el presente subrayando un significativo contraste con la manera de hacer política del actual secretario general del Partido Socialista y presidente del Gobierno. Resulta divisiva por guerracivilista su anunciada campaña de «conmemorar» la muerte de Franco con un centenar de actos a lo largo de este año que estrenamos. Saber lo que hay que conservar del pasado debería haberle llevado a homenajear el medio siglo de la Constitución pero para eso habría que ser un líder responsable, no uno divisivo.